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SENDEROS

Jóvenes hijos de la calle

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

Con relatos desgarradores, imberbes adolescentes, todavía con los matices de una voz aguda en vía de transferencia a otra más grave, narran la odisea de sus vidas. Por el tono que imprimen a sus narrativas, podría inferirse que ese mismo sentimiento de abandono lo descargan en la sociedad, por la indiferencia de que son víctimas.

Estando estos en reclusorios o cárceles de menores para tratar de rehabilitarlos, que aún dentro de ellos tienen que separarlos porque hay mucha agresividad, cada uno a la vez quiere contar su historia de por qué está en ese lugar. El morbo hace alucinar los sentidos por la maldad que buscan expresar -y que para ellos una gran hazaña- porque mientras más cruenta era la acción del delito ejecutado, más “macho” los hacía para demarcar sus territorios. Hube de hacer un alto en mis pensamientos ante tanta crueldad exhibida sin pudor; tenía que armarme de valor para no desmayar, y poder concluir con el propósito por el que estaba yo allí.

Dicen: “Las alcantarillas o cloacas son nuestras casas, allí dormimos en el día, pues en las noches es que faenamos. Conformamos grupos -pandillas- y entramos en acción”. Pregunto: “¿Y a quién agreden?”. “A cualquiera”, contestan. “El que cruce por ahí, equivocando el tiempo, como también de acuerdo con la necesidad del momento”. Robos con violencia, asesinatos, violación con felonía, es el común a todos en delitos.

Y se pregunta una ¿quién es el culpable, el hijo de la calle que no tiene oportunidad o cabida en esta sociedad paradigmática, y de gran tecnología, como tampoco hogares con padres responsables -permisivos muchos- por el medio que acuna todos los flagelos? Aceptándose como cierto aquello que reza: “Que el medio social (ambiente) que asiste al hombre para desarrollar sus conductas es más fuerte que la herencia de atávicos modelos que se imprimen en el mismo”. O, por el contrario, ¿son los sistemas de gobierno, preocupados por demás en expresar su desarrollo en obras de infraestructura para perpetuarse en la conciencia del ciudadano común, olvidándose de los postulados de la Carta Magna, que manda a dar seguridad y bienestar social a todos sus ciudadanos?

¿Son acaso estos hijos de la calle responsables de sus hechos, cuando la corrupción, con delincuencial conducta, se campea por sus fueros arropando a toda la sociedad sin que nadie ose detenerla? Hay que reflexionar sobre esta realidad, haciéndole frente con verdaderos hogares reclusorios, y signatarios de valores, y en donde se puedan impartir clases de valores humanos y espirituales; conformando núcleos de instructores idóneos -que no sean pasibles de sobornos- para, con verdadera rehabilitación, reinsertarlos en la sociedad sin el estigma o sello de “exconvictos”.

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