DOS MINUTOS

La humildad de la grandeza

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Luis García DubusSanto Domingo

¿Cómo explicaría usted si viera a un cardenal pidiéndole la bendición a un barbero? ¿Sería una broma acaso…? Esa misma pregunta me hice yo interiormente cuando vi al cardenal Beras, en ese tiempo arzobispo de Santo Domingo, pedirle la bendición a Julio A. Martínez, un humilde barbero azuano que estaba a mi lado. “Bendición, tío Julio”, oí claramente que le dijo, inclinando la cabeza. “Que Dios te bendiga, mi hijo”, lo escuché respondiendo mientras ponía suavemente su mano encallecida sobre la insigne cabeza del cardenal. Nadie que vio aquello se lo explicó. Mientras todos lo saludaban reverentemente, un pobre barbero se atrevió a bendecir a todo un cardenal. Es posible que monseñor Beras estuviera imitando a su Maestro, porque en el evangelio de hoy (Marcos 1, 6b-11) vemos al Señor haciendo algo similar. Jesús baja al río Jordán, y ve un espectáculo conmovedor: una muchedumbre de gente sencilla de todas las aldeas, entre quienes había prostitutas, recaudadores de impuestos, simples soldados y personas de conducta cuestionable, se hacían bautizar por Juan, confesando sus pecados con la esperanza de recibir dignamente a una figura misteriosa que Juan dice que está a punto de llegar. Juan afirma que quien viene es “más fuerte que él”, que es “el que ha de venir” y que “bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Y Jesucristo, como un simple carpintero judío que vivía en una aldea llamada Nazaret, se pone en la cola como uno más para pedirle Juan que lo bautice. ¡Como si Él necesitara que le perdonaran pecados! ¡Como si Él fuera inferior al bautista! ¿No se le parece al caso de un cardenal pidiéndole la bendición a un barbero? Similar al caso de Teresa de Calcuta. En una ocasión que quisieron elogiarla por su labor, contestó: “No, lo que hago no es mi trabajo, es el trabajo de Dios. Les pido que rueguen para que nosotras no le estropeemos Dios su trabajo”. Estamos frente a un misterio: la humildad de la grandeza. Jesús, Dios y hombre; Jesús, pecador e inocente. “El mundo”, es decir, la gente viviendo en función de tener poder y de darse importancia, no entienden esto. “Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen.” Pero ese día todo el mundo vio al Espíritu Santo en forma de una paloma y oyó la voz del Padre exclamando: “Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”. ¡Asombroso! La pregunta de hoy ¿Qué relación directa tiene todo eso conmigo? Si usted está bautizado, podrá ver la relación enseguida. En su propio bautismo, Dios Padre también dijo lo mismo: “Este es hijo mío, y yo lo amo”. Dice Henry Nouwen que este “es el misterio de la vida cristiana: recibir una nueva identidad que no depende de lo que nosotros podemos conseguir, sino de lo que estemos dispuestos a recibir. Este nuevo ‘yo’ es nuestra participación en la vida divina a través de Cristo” (“Compasión”, páginas 37 y 38). Y todo lo que hace falta, me atrevo a agregar, es que usted y yo tengamos la humildad de dejarnos amar hasta el fondo. Nada más. Queda usted invitado. Esta es la humildad de la grandeza, y también es la grandeza de la humildad.

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