REFLEXIÓN
Ver y tocar
Tomás necesitaba meter sus dedos en las llagas de Jesús y su mano en el costado del resucitado. Él quería tener una constancia física de la existencia de Jesús resucitado. En este contexto, Jesús afirma: Porque me has visto, has creído, dichosos los que creen sin haber visto. Hoy vivimos en un mundo en que el ateísmo o el agnosticismo no son hechos aislados, sino que el hecho de la incredulidad está ampliamente difundido y probablemente afecta a personas cercanas. En una vida moderna, consumista y agobiada por las “urgencias” que nos creamos, surge la pregunta: ¿Cómo puedo plantear mi fe en Jesucristo, muerto y resucitado? Necesito ver, tocar al igual que Tomás. Hay ciertas respuestas que nos surgen, porque hoy son muchos los que no se hacen las últimas preguntas: ¿Cuál es el sentido de mi vida? La ciencia avanza pero sigue en pie la pregunta a la que no puede responder porque no entra en el ámbito de su competencia. Ese último porqué, de dónde viene todo y adónde va últimamente el hombre, son respuestas que van más allá de toda constatación proveniente de las ciencias experimentales. Albert Einstein afirmaba: “El sentimiento más profundo y sublime del que somos capaces es la experiencia de la mística. Solamente a partir de ella brota la verdadera ciencia. El que es ajeno a este sentimiento, el que ya no puede admirarse y sumirse en un profundo respeto, ése está muerto en su alma. El saber que existe verdaderamente lo que no puede ser investigado y que esto se revela como la suprema verdad y la belleza más resplandeciente, de las que nosotros sólo podemos tener un ligero presentimiento... Este saber y este presentimiento son el núcleo de toda verdadera religiosidad”. La fe nos da alas para volar hacia lo trascendente y no se contrapone a la ciencia, sino que va más allá de toda realidad humana. Creemos sin ver, no necesitamos tocar. Siempre nos preguntaremos sobre el nacer y el morir; sobre la armonía y la belleza de un Universo y la cálida luz del atardecer o del comienzo del verdear de los campos de Javier. Felices los que no sólo creen en lo que ven y en lo que tocan; los que no se quedan sólo en el campo de lo científicamente experimentado y constatado; los que rebosan alegría y se admiran de todo lo creado por Dios, y transmiten la experiencia personal de que Jesús vive, de que verdaderamente ha resucitado. Nos queda todo el mundo de lo místico, de lo misterioso.
