REFLEXIÓN

Noche del Señor. La noche se convierte en luz

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Teresa Valentí Batlle, M.C.J. Misionera del Señor JesucristoSanto Domingo

El silencio de Jesús, su mirada, nos invitan en este Domingo de Ramos a acompañarle al Huerto de Getsemaní. A lo largo del Evangelio de la Pasión, Jesús aparece silencioso: habla mucho durante la Última Cena (Jueves Santo). San Juan nos habla de lavar los pies: “Se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a sus discípulos, secándoles con la toalla que se había ceñido” La narración del lavatorio de los pies y el discurso de Jesús en la Última Cena –que únicamente recoge el cuarto evangelista– son el mejor resumen de lo que significa celebrar la EUCARISTÍA. Los primeros cristianos llamaban a este gesto: “PARTIR EL PAN”. La EUCARISTIA es una llamada a “compartir”, al “compromiso”. San León Magno decía que “la participación del cuerpo y la sangre de Cristo no hace otra cosa sino convertirnos en lo que recibimos”. La piedad tradicional ha ido juntando los distintos evangelistas para encontrar las siete palabras de Jesús en su camino a la cruz y en el Gólgota. San Ignacio en el libro de los Ejercicios, en las meditaciones de la pasión, subraya cómo en estos acontecimientos parece como si la divinidad de Jesús se escondiese. Es lo mismo que el texto de San Pablo, un himno litúrgico de la primitiva Iglesia, una de las primeras cristologías o intentos creyentes de explicar el misterio de Cristo: “A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios…” es la fe que le afirma como el Hijo de Dios. Pero la misma fe le afirma como hijo del hombre, no ahorra los términos para compartir con integridad el destino de los hombres: ”se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte y muerte de cruz” La forma de actuar de Jesús en su Pasión es la síntesis de su vida. El no se comporta como el primero, ni como el que gobierna, sino como el menor y como el que sirve. Jesús vive el trance de sus sufrimientos y de su muerte como uno más que pasa por estos sufrimientos. Comparte hasta el final el destino de los hombres. Jesús no sólo calla ante Herodes; apenas habla ante Pilatos o el Sanedrín; no se defiende ante la turba, ni ante los soldados. Desde que comienza su camino hacia el Calvario sólo en cuatro ocasiones rompe el silencio. JESÚS rompe el silencio ante las mujeres que lloran. Jesús no niega la autenticidad de esas lágrimas, pero nos recuerda que hay lágrimas que no conducen a nada; que existe el peligro de una devoción sensible pero inoperante. “Llorad por vosotras y por vuestros hijos” Llorad por un mundo en que tantas personas son injusta y cruelmente tratadas, llevadas a tantas formas de muerte. Llorad por tanto leño seco, por tanta apariencia o figureo, por tanto afán de poder pisando los derechos humanos. Es como si nos dijera: no viváis una Semana Santa sensiblera y estéril, buscad frutos de conversión, de transparencia, que vuestro leño seco se transforme en leño verde, vuestro corazón de piedra en un corazón de carne… De su corazón amoroso surge la oración al PADRE: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ÉL conoce nuestra condición humana y sabe que en el fondo “no sabemos lo que hacemos” .Sus labios se abren para perdonar al buen ladrón. Y, finalmente, rompe el silencio antes de que reine el silencio sobre la tierra.”Padre en tus manos encomiendo mi espíritu..Todo está cumplido” El que “pasó como un hombre cualquiera” vivencia su muerte como una culminación de su mensaje. Al finalizar esta Semana Sagrada todos proclamaremos: JESÚS HA RESUCITADO, es el SEÑOR DE LA VIDA Y DE LA HISTORIA. ¡ALLELUIA!

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