Las víctimas invisibles de cada desastre

La tormenta tropical Melissa pasó por nuestro territorio dejando lluvias intensas, comunidades anegadas y un saldo de pérdidas materiales que, aunque dolorosas, son reparables. Pero como en cada fenómeno atmosférico que toca suelo dominicano, hubo un grupo de víctimas invisibles, una vez más olvidadas por el sistema: los animales.

En una reunión reciente del Comité de Emergencias de la Alcaldía de Santo Domingo Este, fue casi una sorpresa cuando pregunté si trasladan a las personas junto a sus mascotas. Se asumía que “donde hay personas no deben estar los animales”, como si la vida de estos seres fuera prescindible o ajena al drama humano. El propio director del Centro de Operaciones de Emergencias (COE) respondió en una entrevista que las familias desplazadas pueden llevar a sus mascotas, pues “también son parte de la familia”. Sin embargo, la realidad en terreno es muy distinta: muy pocos protocolos los contemplan, y las imágenes que circularon en redes sociales lo confirmaron, perros amarrados bajo la lluvia, sobre techos, todos esperando una mano que no siempre llega, y los rescatistas hasta el cuello de animales y de deudas.

“Podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales”, dijo Immanuel Kant. Y nuestra sociedad, lamentablemente, sigue mostrando un corazón a medio formar. En el discurso político, muchos funcionarios hablan de “inclusión” y “tenencia responsable”, pero en la práctica el país carece de un plan nacional de respuesta que contemple a los animales en situaciones de emergencia. La Ley 248-12 de Protección Animal y Tenencia Responsable es clara en su mandato: el Estado debe garantizar el bienestar y protección de todos los seres vivos. Sin embargo, más de una década después de su promulgación, seguimos improvisando.

El problema es cultural, institucional y económico. Cultural, porque aún prevalece la idea de que los animales “no sienten” o “no son prioridad”; institucional, porque las entidades con responsabilidad directa; ayuntamientos, Medio Ambiente, Salud Pública, etc., actúan sin coordinación ni conocimiento de sus competencias; y económico, porque el presupuesto nacional para políticas de protección animal sigue siendo simbólico, casi inexistente. Si de verdad queremos medir la voluntad política de un gobierno, observemos cuánto destina a cuidar a quienes no tienen voz.

La tormenta Melissa no solo trajo lluvias: trajo un espejo. Nos mostró lo lejos que estamos de construir una sociedad empática, sensible y justa. Nos enseñó que, cuando una familia se desplaza, muchas veces debe elegir entre su seguridad y la de su mascota; que los refugios improvisados no admiten animales; que los rescatistas trabajan sin recursos, movidos solo por el amor y la fe.

Pero también dejó señales de esperanza. La Defensa Civil, por ejemplo, mostró una nueva apertura al incluir animales en sus jornadas de asistencia. Los bomberos del Distrito Nacional han respondido en más de una ocasión a llamados de rescate animal. Son pequeños pasos, sí, pero pasos que demuestran que el cambio es posible.

No se trata de elegir entre las personas y los animales. Se trata de entender que ambos comparten el mismo territorio, los mismos riesgos y la misma necesidad de amparo. En palabras de Mahatma Gandhi: “La grandeza de una nación puede ser juzgada por el modo en que trata a sus animales.”

Que Melissa sea, entonces, una lección. Que de ahora en adelante, cada plan de emergencia, cada presupuesto municipal y cada política pública contemple también a los que no pueden hablar.

Porque donde hay vida, hay derecho.

Y toda vida, humana o animal, importa.

Tags relacionados