La IA y el primer empleo
La Inteligencia Artificial (IA) no es una amenaza futura: ya está socavando las puertas de entrada al empleo juvenil. Y ese golpe no lo reciben las élites tecnológicas, sino jóvenes como Marcos, que a sus 22 años logró graduarse en el ITLA gracias a una beca, con la esperanza de que la educación sería su pasaporte hacia la movilidad social. Hijo de una conserje del ayuntamiento de La Vega, su historia debía ser la confirmación de que el esfuerzo y el mérito abren caminos. Sin embargo, lo que encuentra hoy es un mercado laboral que se transforma antes de que pueda dar el primer paso.
Lo que antes eran tareas iniciales —programar en Java, diseñar aplicaciones, realizar pruebas básicas— ahora lo hacen algoritmos con mayor rapidez y eficiencia. El fenómeno no es menor: en Estados Unidos, las ofertas de empleo de nivel inicial cayeron un 15 % desde finales de 2024, según reportó Fortune, y hasta un 50 % de los trabajos de oficina junior podrían ser automatizados en los próximos cinco años, de acuerdo con estimaciones de la consultora AIMultiple. En América Latina, el Banco Mundial calculó que entre un 30 % y un 40 % de los empleos formales están expuestos al reemplazo parcial o total por IA generativa. Y en República Dominicana ya lo sentimos: el ministro de Industria y Comercio, Víctor Bisonó, reconoció que la automatización comienza a reducir plazas en los call centers, un sector que fue la gran puerta de entrada para miles de jóvenes dominicanos.
El impacto no es solo económico, es social. El primer empleo siempre ha sido el trampolín que convierte la esperanza en realidad. Si esa escala se borra, la movilidad se convierte en frustración, y la desigualdad encuentra un nuevo anclaje. Jóvenes de familias que han invertido sus ahorros en la educación técnica corren el riesgo de ver cómo el futuro que planearon se evapora justo en el umbral.
Pero la IA no es un enemigo a derrotar: es un hecho a gobernar. El problema no es que la tecnología avance, sino que nuestras instituciones sigan rezagadas frente a una transformación que ya está ocurriendo. Urge reformar la educación técnica para que no prepare solo programadores cuya labor imita la máquina, sino innovadores capaces de liderar proyectos, diseñar soluciones y usar la IA como herramienta, no como sustituto. Urge expandir pasantías, laboratorios de innovación y programas de transición tecnológica que coloquen a los jóvenes en los sectores donde la creatividad, la empatía y el pensamiento crítico siguen siendo insustituibles.
El reto no es menor, pero tampoco imposible. Investigaciones recientes de la Universidad de Pensilvania junto a OpenAI (publicadas en arXiv) muestran que entre un 47 % y un 56 % de todas las tareas laborales pueden acelerarse significativamente gracias a la IA. Eso significa que la tecnología no elimina necesariamente el trabajo, sino que transforma su naturaleza. La clave está en rediseñar los puestos: que las labores repetitivas pasen a la máquina, y que el valor humano se concentre en supervisar, optimizar y crear.
La historia de Marcos no debe convertirse en un relato de puertas cerradas. Debe ser la señal de alerta que nos obligue a actuar. El primer empleo no puede ser la primera víctima de la inteligencia artificial. No se trata de detener la tecnología, sino de impedir que detenga a nuestros jóvenes.

