VIVENCIAS

No se reclama con legitimidad lo que nunca se ha poseído

A veces se confunde aspiración con derecho, como si bastara con desear algo para merecerlo. Se reclaman espacios, méritos o posiciones sin haber cumplido los requisitos mínimos de ética, trayectoria o integridad profesional, rompiendo con las reglas más elementales de la moral y la conducta institucional.

No se trata de descalificar de forma infundada ni de responder a señalamientos injustos. El verdadero problema surge cuando tales exigencias carecen de sustento legítimo: faltan la calidad moral y los fundamentos profesionales que respalden la postura. Se adopta el papel de víctima, pero se han vulnerado principios que deberían ser irrenunciables en cualquier ejercicio digno: respeto, honestidad, lealtad y coherencia.

En el fondo, esta actitud se asocia a una ética instrumental: se cumple solo lo que conviene y se desobedece lo que incomoda. Cuando el deber implica sacrificio, se abandona; cuando la norma no favorece, se elude. Pero la moral no es un accesorio ni un recurso retórico: es una exigencia integral que compromete no solo lo que se aparenta, sino lo que se es.

También es frecuente la tentación de forjar una imagen pública basada en apariencias antes que, en virtudes reales, buscando reconocimiento sin responsabilidad o autoridad sin compromiso demostrado.

Así, no se busca justicia, sino ventaja. Y al proceder de esa manera, las exigencias pierden legitimidad y credibilidad. No se puede perder lo que nunca se ha poseído con derecho, ni se puede obtener legítimamente lo que se intenta conseguir quebrantando las normas que sostienen la ética y la convivencia profesional.

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