OTEANDO
El descrédito de Haití
En declaraciones recientes, el presidente Luis Abinader dijo: “En realidad, hay un hartazgo de la comunidad internacional con Haití”. Asimismo expresó -palabras más, palabras menos- que, cada vez que ha tratado el tema en foros internacionales o en reuniones multilaterales, ha percibido esa actitud de sus interlocutores. Y no es para menos. Haití tiene bien ganada su pésima reputación respecto de la aptitud de su liderazgo tradicional para lograr una fórmula estabilizadora de su maltrecha situación política y social. Una ineptitud que resulta más de su falta de voluntad que de la falta de competencias.
En Haití hay una élite social y política con sobradas competencias para hacer por su país. Hombres y mujeres formados en Europa y Estados Unidos, egresados con lauros académicos de las mejores universidades de esos países. Pero ninguno -o muy pocos de ellos- tienen preocupación por la suerte de su país. Lo ven solo como un medio para obtener un fin. Un fin vinculado siempre a lo mercurial. Han exprimido las potencialidades de Haití, unas veces, mediante el saqueo corrupto de los bienes del erario; otras, traficando influencias desviadoras de los bienes que pudieran engrosar su patrimonio público.
Si a esto le sumamos la existencia de una población con cerca de un 40% de analfabetismo, rondando el 50% si se agregan a estos los analfabetos funcionales, se podría asegurar que sus expectativas de estabilizar su situación social y políticamente explosiva son poco halagüeñas. Pues, para nadie es un secreto la influencia que tiene en el desempeño y desarrollo de un país el nivel de educación prevaleciente.
In nuce, la causa de su subdesarrollo no difiere de la del nuestro. Solo que son diferentes en grado y que, además, a pesar de nuestro neopatrimonialismo estatal, hemos logrado más instituciones que Haití.
Esto último, es el punto clave del descrédito internacional que afecta a nuestro vecino. Fuera de las religiosas, Haití carece de instituciones. Desde hace mucho se afirmó que era un Estado fallido y pocos pusimos atención a esa alarma y a las consecuencias que tendría para nosotros. Hoy esto está confirmado por la incidencia y el control de las bandas en la mayor parte de su territorio. Su clase política rapaz, descuidó sus deberes patrios, lo que le ha impedido consolidar instituciones. Y, aunque esto nos desaliente, porque no es fácil luchar con un problema respecto del cual todo el mundo asume la indiferencia, tenemos que seguir afanando por disminuir su impacto en nuestra estabilidad.