ENFOQUE

Agliberto Meléndez: El cineasta que batalló por contar su verdad

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JONATHAN DE CAMPS

Anoche, mientras el día se desvanecía en el silencio de la madrugada, recibí un mensaje de mi amigo Andrés Farías, Agliberto Meléndez había fallecido. Me lo comunicó sabiendo bien lo que Agliberto significó en un periodo crucial de mi vida, ese que culminó con mi decisión de mudarme a Estados Unidos.

Conocer a Agliberto fue, para mí, una especie de designio. Todo empezó con una llamada de una de mis mentoras de producción de televisión. Me dijo, casi como quien lanza una bomba, “Agliberto Meléndez está preparando la película sobre Peña Gómez y está buscando un productor de locaciones. ¿Te interesa?”

Yo acababa de terminar un proyecto cinematográfico con la casa productora que me formó en el oficio en República Dominicana. Y aquella propuesta me pareció digna de mis propias raíces, no todos los días se recibe la oportunidad de trabajar en una película donde uno de los personajes es, además, el hermano de tu propio padre. Consulté con mis santos, como suelo hacer ante decisiones grandes, y acepté reunirme con Agliberto.

Desde el primer encuentro, hubo sintonía. Entre nosotros se forjó una relación que a veces rozaba la de padre e hijo, mientras recorríamos juntos distintos rincones de la capital y del país, en busca de escenarios para Del color de la noche, la historia cinematográfica de José Francisco Peña Gómez.

En esos viajes tuve el privilegio de escucharlo contar pasajes de su vida que parecían sacados de un guion dramático. Me hablaba, por ejemplo, de Un pasaje de ida, su obra cumbre, y del texto que escribió titulado Así se batió el cobre, un ensayo donde relata el origen del cine dominicano y las heridas personales que lo atravesaron desde joven. Fue entonces cuando supe que, a los diecisiete años, Agliberto se convirtió en prisionero político del régimen de Trujillo. Su vinculación con el movimiento 14 de Junio lo marcó para siempre. Me narraba con la precisión y el tono de un gran contador de historias, porque eso era él, además de cineasta, cómo aquella noche de redadas el Servicio de Inteligencia Militar llegó a buscarlos por estar regando panfletos subversivos.

Curiosamente, quien dio la voz de alarma a la familia Meléndez fue su vecina, una mujer embarazada que, sin saberlo, llevaba en su vientre a quien años después sería Ángel Muñiz, futuro director de cine y actor principal en la ópera prima de Agliberto.

Ni siquiera el hecho de que el hermano de Agliberto fuese militar de la Fuerza Aérea pudo evitar lo inevitable. Fue arrestado y conducido a La 40, aquella siniestra prisión símbolo de la represión trujillista.

En sus relatos, me estremecía especialmente un recuerdo que jamás olvidaré. Me contaba que, ya preso, lo desnudaron, lo amarraron a una silla y le colocaron pinzas con cables eléctricos en los testículos. Al momento de accionar la corriente, el aparato no funcionó. Un guardia revisó el cableado y se percató de que estaba desconectado de la batería. Tras corregir el fallo, finalmente le propinaron la descarga eléctrica. Agliberto tenía solo diecisiete años.

Tras la fallida invasión del 14 de Junio de 1959, la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, la dictadura de Trujillo desató una represión salvaje. Cientos de hombres y mujeres fueron arrestados, entre ellos intelectuales, estudiantes, profesionales, campesinos. Los relatos, como los del profesor Andrés L. Mateo, coinciden en describir cómo más de un centenar de presos fueron hacinados en diminutas celdas de La 40, sometidos a golpes, torturas físicas y psicológicas para arrancarles confesiones.

Agliberto tenía una memoria prodigiosa.

Agliberto tenía una memoria prodigiosa.EXTERNA

La Organización de Estados Americanos (OEA) intervino al conocer la magnitud de la represión. En 1960 envió misiones de observación y elaboró informes contundentes sobre las violaciones a los derechos humanos en el país. Bajo esa presión, y la de la Iglesia Católica, Estados Unidos, Venezuela y otros gobiernos, Trujillo se vio obligado a liberar o exiliar a muchos presos políticos entre 1960 y 1961, poco antes de su asesinato.

Agliberto tenía una memoria prodigiosa. Recuerdo la noche en que, mientras manejábamos por la ciudad tras una larga jornada de scouting, me recitó de memoria el poema “If” de Rudyard Kipling. Para mí, escuchar versos como:

“Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor han perdido la suya y te culpan de ello…” fue como recibir un faro de luz en medio de las dudas que suelen asaltar a quienes están iniciando sus veintes. Pero no solo fue esa línea. Aquella noche, me estremecieron también otras frases que parecían hablarnos a los dos, y que con el tiempo entendí que definían tanto a Agliberto como a nuestro país:

“Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre y tratar a esos dos impostores de la misma manera;” “Si puedes soportar oír la verdad que dijiste tergiversada por bribones para hacer una trampa para necios, o ver cómo las cosas a las que diste tu vida se rompen y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas;” “Si puedes forzar tu corazón, nervios y tendones a servirte mucho después de haberse agotado, y resistir cuando no te quede nada salvo la Voluntad que les dice: ¡Resistid!” Versos que, sin saberlo, anticipaban las batallas que Agliberto había vivido y las que seguiría librando por el cine y la memoria.

También supe, por conversaciones dispersas, de situaciones detrás de cámaras en Un pasaje de ida. Existieron episodios que rozaron en disgustos y discrepancias con su equipo técnico y actoral, pero prefiero no tocar esa parte del tema y dejar que otros, que sí estuvieron allí, cuenten lo que deseen.

Durante nuestro tiempo trabajando juntos, conseguimos la mayoría de las locaciones necesarias para Del color de la noche. En el proceso, me tocó asumir otras funciones dentro de la preproducción. Durante ese periodo, trabajar en la película me permitió también acercarme más a mis propios vínculos familiares. En algunas ocasiones me reuní con Hatuey, hermano de mi padre Miguel, y pude gestionar locaciones tan emblemáticas como la antigua Casa Nacional del PRD, hoy del PRSD, un lugar cargado de historia donde Peña Gómez forjó muchas de sus reuniones políticas. Era inevitable sentir que, más allá del cine, estábamos retratando capítulos íntimos de nuestra memoria familiar y nacional.

Sin embargo, llegó un punto en que me vi forzado a desistir del proyecto y tomar la decisión de mudarme a Florida y empezar de nuevo. Las razones de esa decisión quedarán siempre entre Agliberto y yo.

Durante ese periodo, trabajar en la película me permitió también acercarme más a mis propios vínculos familiares.

Durante ese periodo, trabajar en la película me permitió también acercarme más a mis propios vínculos familiares.EXTERNA

Del color de la noche (2015) fue una película que Agliberto escribió impulsado por su cercanía con Peña Gómez, pues había sido cuñado suyo cuando Peña estuvo casado con su hermana, Rosita Meléndez. Él solía decir que “la noche nunca es más oscura que cuando está a punto de amanecer,” y me parece una frase perfecta para describir el temple con que vivió sus luchas y su cine.

Hoy, con la noticia de su partida, me queda el consuelo de saber que su voz, su cámara y su valentía seguirán resonando en cada fotograma de Un pasaje de ida y Del color de la noche, y

sus otras obras menos conocidas, recordándonos que hay historias que solo el cine, y la memoria, pueden salvar del silencio. Descanse en luz, maestro Agliberto.

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