SIN PAÑOS TIBIOS
La banalidad de la guerra
Contrario a sus expectativas iniciales, Hannah Arendt no vio en Eichmann la encarnación del mal absoluto, ni mucho menos la mente retorcida y cruel capaz de enviar millones de seres humanos a campos de exterminio. No. Lo que Arendt vio fue algo mucho peor.
Descubrió cómo un simple individuo puede llegar a convertirse en una pieza imprescindible de un engranaje maligno –sin apenas proponérselo o cuestionárselo–, simplemente fluyendo con la corriente de pensamiento vigente; intentando –desde su pequeña perversidad– escalar posiciones al más puro estilo trepador de la burocracia. “La banalidad del mal” era eso, un accionar consciente dentro de una consciencia colectiva “ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”.
Asumida por buena parte de la intelligentsia –pese a las críticas–, “la banalidad del mal” justifica y recrea la condición estructural necesaria que hace posible que el mal se reproduzca, legitime y se justifique. De ahí la gran importancia de estar siempre alertas a las señales que la sociedad envía; de cómo estereotipa, condiciona y determina patrones, discursos, relatos… y también –llegados a la era de las redes sociales y la masificación tecnológica– memes, videos, audios, comentarios de WhatsApp, etc.
El condicionamiento social sutil que opera en las democracias es mucho más lesivo y pernicioso que la propaganda más brutal de regímenes dictatoriales. En una época donde la información surge en automático, direccionarla es sencillo, simple, y mucho más barato que destinar medios y recursos a replicar los discursos grandilocuentes dichos por los líderes de turno.
El peligro que enfrentamos en mucho peor que todos los anteriores. Un simple vistazo en las redes; una pequeña fracción de segundo de más destinada a observar o escuchar algún comentario rupturista, y ya el algoritmo nos comienza a bombardear con la propaganda más descarnada posible. A medida que lo alimentamos con signos evidentes de atención, refina los contenidos y se despacha a gusto.
Justo cuando en el mundo real Estados Unidos acaba de bombardear Irán, y este a su vez –a manera de golpe simbólico– le ataca una base en Catar, el mundo comienza a deslizarse por una suave e imperceptible pendiente que conduce hacia la guerra abierta, y no a explorar vías pacíficas y alternativas de resolución de conflictos.
La red nos condiciona. Los memes racistas, antisemitas, o anti islámicos están a la orden del día. Hay un tufillo a nazismo encubierto en canciones, sátiras, memes, videos… Toda la sutileza del sistema está operando de manera magistral y ya es broma decir que buscamos “personas con refugio atómico disponible para entablar amistad sincera”.
Todo está trivializado, todo da risa, todo da para un meme. Medvédev dice que alguien le brindará armas atómicas a Irán y nadie se angustia, por ejemplo. Nadie toma en serio nada. Ni el pueblo que celebra y se ríe; ni sus líderes, que lo toman todo a chiste.