Una oportunidad a la buena política
Estamos definitivamente en un punto donde cada paso que damos deteriora aun más la credibilidad de los políticos y por mala suerte, de los funcionarios e instituciones que dirigen.
La conversión del ideal y las luchas sociales y políticas en un negocio, que mientras es mas turbio mas posibilidad electoral se tiene, se ha convertido en norma y una imposibilidad de mirarse frente al espejo y sonreír luego de una victoria sin recordarnos que tenemos una doble moral.
La idea de hacer negocios en la política es ya una práctica que va mucho mas allá de los criterios del clientelismo y el populismo. Sino que viene siendo la materia prima de cualquier esfuerzo, que siempre se vende como honesto, noble y serio, pero que en el fondo no es más que una mezcla entre chivas y alicates, para mantener vivos los ventorrillos del engaño de los afamados discursos políticos y partidarios.
Ante estas realidades intentan penetrar en el mercado de la política local, las denominadas “candidaturas independientes”, pero intentando entrar en la misma carrera en las que compiten los partidos políticos ya viciados y enlodados por sus prácticas nada plausibles.
Entonces aspirar a convertirnos en un “fenómeno” político en tierra de la capicúa y el yanikeke, no parece ser una cosa distinta a una utopía, a un nuevo falso sueño irrealizable.
Solo las candidaturas para posiciones de menor impacto, son las que pueden ofrecer alguna oportunidad, en esta misma carrera de tiburones y delfines, y prefiero llamarle así, pues volver a insistir con el “rat race”, aunque es mas objetivo, también recuerda olores indeseables.
Pero mirándolo con una dosis de realismo, lo que necesita el país y esto incluye necesariamente las candidaturas independientes, si es que queremos demostrar que nuestro sistema político y electoral respeta ese derecho ciudadano de elegir y ser elegible, lo que necesita el país, es una nueva oportunidad. Un relanzamiento integral, que posiblemente puede implicar, la aplicación de la misma ley, para que siendo estricta, queden fuera de juego aquellos partidos, que sin excepción, no logren al menos el 1% de los votos, aunque hayan logrado algún escaño, regiduría o sindicatura.
Esto último se ha utilizado como salvavidas, que siempre se consigue con las denominadas alianzas entre ventorrillos, y solo para seguir chupando de la teta del estado, con el dinero pago por el pueblo engañado tantas veces por esa misma mafia de la partidocracia.
Los aportes de los partidos políticos son muy poco plausibles. Y pretender que sigan teniendo financiamiento con dinero público los partidos con vigencia electoral, no es más que el estimulo franco, de seguir fomentando la creación de nuevos ventorrillos y a la postre, encareciendo un proceso que además de creíble, diáfano y transparente, debería ser simplificado y mucho menos costoso.
El reparto del botín de guerra que es el erario, debe terminar, esa famosa piñata solo alcanza para los partidos y sus cúpulas y cuando ellas quieren para sus candidatos favoritos. De esa piñata no alcanzan a recibir algo en la alcancía de los nuevos ventorrillos que albergan a los “independientes”, y que triste, que hasta lo que podría ser una tabla de salvación, también pueda tener una dosis de cuestionamientos.
La nación dominicana está a tiempo de enderezarse y restablecerse institucionalmente, dejando de pensar como parcelas políticas en todas las decisiones que se toman, y actuar más con una visión de estado, que integra los activos de la nación, sin importar si se trata de un cuadro político del partido de gobierno o aliados. Si no, pensando más bien, en los meritos, las competencias y los aportes que realmente esta persona puede hacer en beneficio de la colectividad.
La crisis política del país es real, sin embargo, la nación dominicana al parecer ha dado pasos agigantados para preferir la paz, a pesar de la constante ebullición en que la gente vive, gracias a los atropellos de los políticos desde el poder.
Si queremos, tenemos hoy una buena oportunidad para la buena política en el país, pero lo que más falta hace, es que de manera personal, cada actor o aspirante, deponga sus apetencias personales que les hace ser excluyentes, y con vocación de servicio sumarse a un propósito compartido en beneficio de la nación.
Claro está, esa necesidad de brillo, característico de personalidades tremendamente narcisistas, adornan a los personajes de la política. Y cuando están cerca o ya en el poder, se pierde de vista la perspectiva de lo que debería ser un servidor público, y nos convertimos en arrogantes, impulsivos, emocionales, mandones y abusadores, basándonos el poder siempre pasajero que acompaña a los insaciables roedores de la política.
Dar un giro a este acontecer, y crear escenarios de mayor credibilidad, confianza y respeto ganados, debería ser el verdadero reto en la grandeza del liderazgo que merece tener la nación. Aun estamos a tiempo para de forma pro activa, dar un giro en el timón del barco de la nación, integrando mucha gente buena que las hay, para comenzar a desplazar la podredumbre en la cultura perversa de la gestión publica.