empezó haina a moler
Vivir sin techo: cuando la dignidad se pierde en la calle
Sobrevivir el día a día, segundo a segundo, con una adicción en plena recaída nunca ha sido fácil, y no lo será. Ese impulso al consumo, ese dominio absoluto que puede arrastrarte a situaciones autodestructivas y delictivas, sin medir consecuencias, es sin duda, una muerte lenta, pero segura.
Un día te despiertas entre cartones en la calle, en medio de una pelea entre dos conocidos que te roban la cartera para consumir. Te quedas inmóvil. Miras tus manos sucias, esas que hace mucho no ven el agua, cubiertas de placas de mugre. Son el reflejo de aquello que sabes que te está matando, pero que te gobierna. Es entonces cuando comprendes que lo has perdido todo: incluso la dignidad.
Esto me lo confesaba hace unos días un ex paciente, a quien encontré viviendo en la calle. Me reconoció. Y mi única pregunta fue: ¿Qué pasó?
En su momento, su vida parecía “normalizada”: entre consumo y consumo aún mantenía su casa, su trabajo, el contacto con su familia. Pero ese estado de aparente equilibrio, esa normalidad, es uno de los momentos más peligrosos para una persona con adicción.
Es justo allí donde muchos pacientes se encuentran: una fase crítica que requiere reconocer la enfermedad, pedir ayuda a tiempo y aceptar el acompañamiento terapéutico. Lamentablemente, a veces esa ayuda llega demasiado tarde.
Estar en situación de calle no es únicamente responsabilidad del individuo. Es, sobre todo, un fracaso colectivo: del sistema familiar, del entorno social, de los recursos institucionales y estatales. Pero más grave aún, es la pérdida de un derecho fundamental: el derecho a una vivienda adecuada.
Eso fue reconocido como parte del derecho a un nivel de vida adecuado en el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) y en el artículo 11.1 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966). Otros tratados han reforzado este principio, reconociendo elementos claves como la protección del hogar y la privacidad.
Y muchos dirán: “Un adicto pierde ese derecho por su consumo”.
Pero no. Jamás.
Al contrario: es un enfermo, y como tal debería tener acceso a atención especializada, a redes de apoyo y, sobre todo, a la inclusión.
Lo que jamás deberían existir son las exclusiones estructurales que terminan por empujar a las personas al borde del abismo.
Toda persona en situación de calle ha vivido alguna vez bajo un techo. Pero algo se quebró en su trayectoria. Algo se fracturó. Nadie debería pasar por esta experiencia. Todos somos vulnerables. Pero no todos somos empáticos.
Y aunque lo veas lejano, la calle está a un solo paso de tu casa. Basta una desgracia, una pérdida o una enfermedad para comprender lo que es vivir solo para sobrevivir: sin amparo, sin respeto, siendo apenas un espectador de tu propia vida.
"Si ayudo a una persona a tener esperanza, no habré vivido en vano". (Martin Luther King).