ENFOQUE | Internacional

Trump frente a Harvard: campaña contra la libertad académica

El presidente Donald Trump ha dirigido su artillería retórica y política contra la Universidad de Harvard, una de las instituciones académicas más prestigiosas de Estados Unidos. La decisión del mandatario de ordenar la cancelación de contratos federales con Harvard, sumada a su intento —suspendido temporalmente por una jueza— de bloquear la matrícula de estudiantes extranjeros, no responde únicamente a diferencias políticas o a problemas de presupuesto. Es parte de una guerra cultural que busca imponer una visión estrecha del mundo. Es parte de una posición autoritaria que castiga a la crítica y censura la diversidad de pensamiento.

Trump acusa a la Universidad de Harvard de operar bajo ideas “woke”, un término convertido en arma arrojadiza contra cualquier intento de cuestionar el statu quo y las ideas neoliberales que en Estados Unidos se han enquistado en el gobierno y resultan muy difíciles de cambiar. Lo que para muchos representa un esfuerzo por construir una sociedad más justa e inclusiva, para Trump es una amenaza existencial. Y bajo esa lógica, las universidades que promueven el pensamiento crítico, el debate abierto y la libertad de cátedra se convierten en objetivos políticos.

Uno de los detonantes inmediatos del enfrentamiento ha sido la posición de Harvard ante las protestas estudiantiles en favor del pueblo palestino. En lugar de ver en esas movilizaciones una expresión legítima del derecho a la libre expresión —consagrado en la Primera Enmienda de la Constitución—, Trump las interpreta como una muestra de antisemitismo institucional. Su postura ignora deliberadamente la complejidad del conflicto en el Medio Oriente y reduce toda crítica al gobierno israelí a un acto de odio, a una manifestación antisemita, lo cual es tan injusto como peligroso.

La acusación de que Harvard no ha hecho “lo suficiente” contra el antisemitismo merece atención. Luchar contra toda forma de odio y de discriminación étnica y racial debe ser una prioridad para cualquier universidad. Pero usar esa lucha como excusa para intervenir en la autonomía universitaria y castigar la discrepancia política no es defensa de la justicia, sino autoritarismo disfrazado de corrección moral.

Más preocupante aún es la amenaza de cortar los contratos federales, lo cual afectaría la investigación científica, la innovación tecnológica y el acceso a recursos vitales para estudiantes y profesores. Se trata de una represalia política con consecuencias reales para el país. Castigar a las universidades por sus ideas, por permitir protestas o por acoger a estudiantes internacionales, sienta un precedente peligroso. No solamente socava la autonomía de las instituciones académicas, sino que envía un mensaje claro: el pensamiento independiente no será tolerado.

El enfrentamiento entre Trump y la Universidad de Harvard no es solo un episodio más de la constante batalla del polémico mandatario por acallar las ideas diferentes a su visión política e ideológica. Es un ataque contra el principio mismo de la libertad académica. Quienes valoramos la democracia, el pensamiento crítico y el derecho a disentir debemos alzar la voz ante los intentos de imponer una visión única del mundo y del acontecer. Hoy es Harvard. Mañana puede ser cualquier otra institución que se atreva a pensar diferente. [FIRMAS PRESS]

Tags relacionados