¡Salvaguardemos las personas!

El verbo cuidar tiene una multiplicidad de usos y de escenarios. Podríamos hablar del cuidado de la: salud, infancia, familia, amistad, trabajo, ecología, policía, espiritualidad y psicología. Incluso, en economía e ingeniería, ya que hay que cuidar que las cuentas cuadren, que las maquinarias no se estropeen y que las estructuras elevadas no se desplomen. Estos cuidados están en función de la persona.

Las instituciones educativas, los gobiernos, los grupos religiosos y los funcionarios no pueden actuar ignorando esta realidad. Mientras escribo me asalta la pregunta ¿los funcionarios, las autoridades castrenses, los educadores, los sacerdotes, los religiosos en general: cuidamos de aquellos que nos han sido encomendados? Me reservo las respuestas, el amable lector responderá desde su realidad y perspectiva.

Dice el sacerdote madrileño, José Manuel Horcajo, en su libro “El espíritu del cuidado”: que la grandeza del cuidado procede de su vínculo intrínseco con el amor. El cuidado es amor práctico que sana, que levanta, que comprende y construye; el cuidado es la parte más visible del amor, es más tangible y más experimentable. El cuidado es amor sin palabras, sin teorías, sin complejidades. Repetía santa Teresa de Jesús: “Obras son amores y no buenas razones”. Lo afirmaba porque uno de los bloqueos del amor es quedarse en sentimientos o meras intenciones. Y, el cuidado une el amor con la acción, lo invisible con lo visible y lo espiritual con lo material. Definitivamente, el esplendor del cuidado está en el amor.

Por supuesto, se ha de evitar el espejismo del cuidado que reduce el amor a simple lástima. En tal sentido, clarifica la filósofa estadounidense, Virginia Held en su libro “La ética del cuidado” cuando dice: la ética del cuidado evita la concepción del cuidado como lástima; por eso impulsa a obrar, a valorar las emociones, a considerar la relacionalidad cercana contra la imparcialidad y la abstracción, a replantear el ámbito público y el privado, a anteponer un concepto de persona relacional. Es decir, el amor no ignora la ética, sino que obedece sus principios.

Por otra parte, el cuidador no es un técnico, un asalariado o un funcionario, sino un compañero, un amigo, un educador, un acompañante y un defensor. El cuidador no se queda tras los guantes de látex, en las técnicas educativas o en las estrategias políticas, sino que se implica con el calor de su mano, con el ardor de su corazón, con la agudeza de su mirada y con la exclusividad de su atención.

Los seres humanos somos cuidados del principio hasta el final. Es decir, el cuidado posee una dimensión ontológica que entra en el proceso de construcción del ser humano. Es un “modo-de-ser” característico del hombre y de la mujer. Sin cuidado dejamos de ser humanos. Además, cuidar es un signo de madurez humana.

Cuando no cuidamos nos deshumanizamos. Cuidar los niños, cuidar al emigrante, cuidar la familia, cuidar la cultura, cuidar la salud, cuidar la honorabilidad, cuidar la transparencia, cuidar el buen hacer es cuestión de responsabilidad. ¡Cuidemos a las personas! 

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