Misión cumplida doña Mary

Así comenzó la misa de despedida de Doña Mary, a quien tuve el privilegio de tener como abuela. Las primeras palabras del padre Javier Vidal fueron “Misión cumplida, Doña Mary”.

Nos habló de su vida, pero sobre todo nos habló de su fe, porque todo lo que ella hizo, lo hizo desde el amor. Un amor arraigado a su fe, nos decía el padre. Llevó una vida donde solo entregó bondad, incluso en situaciones difíciles cargadas de dolor o frustración, fue siempre dulce, buena y generosa.

Decía el padre que ser bueno todo el tiempo es muy difícil, pero ella lo fue. Cumplió su misión como madre formando una familia de bien, con hijos productivos, solidarios y comprometidos.

Convirtió la rehabilitación en un servicio accesible y se preocupó de que la asociación creciera además de Santo Domingo, en todo el país, logrando transmitir en los voluntarios de cada locación, el mismo espíritu generoso y responsable, que la distinguía.

Viendo en contexto la época, en los años 60 debió ser un verdadero reto para una ama de casa asistir al Club Rotario, sobre todo, con la idea de fundar una institución que garantizara la rehabilitación e inserción productiva de las personas, a partir de una necesidad arraigada en una particular experiencia familiar. Pero su tenacidad y ternura, y con el apoyo de mi abuelo Tino, la llevaron a esa reunión donde el Club asumió la causa.

Jamás la escuché decir “¿por qué a mí?” ante los retos de la vida, ya fueran de salud o la pérdida de un ser querido. Hablaba de enfrentar las cosas, por duras que fueran. Mi abuela también se encargó de que sus nietos participáramos en algún formato en la institución. Solo así entendimos su obra, su pasión por ayudar y la razón de su entrega.

Una anécdota que guardo con especial cariño ocurrió siendo adolescente. Le insistía en un regalo de Navidad particular, y decidió llevarme a participar como voluntario en entrevistas sociales con personas que necesitaban ayuda económica para sus tratamientos. Fue duro ver a un joven de mi edad, que requería una prótesis como consecuencia de accidente de motor. Su programa terapéutico estaba en evaluación para recibir apoyo económico. Sentí vergüenza de pedir regalos, y se lo dije. Ella, con su dulzura habitual, me preguntó cómo me sentía sabiendo que ese joven recibiría ayuda del centro; entonces, desde la esperanza, le dije que me alegraba, y al final, volví como voluntario en el departamento de asistencia social del centro. “Dar o servir, es inmensamente más satisfactorio que recibir”, me repitió siempre; nunca lo he olvidado.

Doña Mary fue madre de cuatro hijos. Hoy le sobreviven tres: Celso, Alfredo y mi padre, Andrés. El segundo de sus hijos, Constantino, la ha de haber recibido en el cielo. En cada uno de ellos, en sus formas distintas, puedo ver particulares rasgos de ella, que los hacen personas extraordinarias, preocupados también, por transmitir ese legado de formación en sus familias.

Para mí, Mama Mary fue un ángel protector en la tierra. Una cómplice, una profesora de vida. Viví con ella en dos etapas: de niño hasta mis 5 años, y más adelante, en mi juventud. Cuando pasaba por momentos difíciles, propios de esa etapa, siempre fui a su casa. Nunca me preguntó por qué estaba allí. Solo me recibía desde el amor, sin preguntas, con ternura, como siempre.

Recuerdo cuando nos llevaba a varios de sus nietos a San Judas a la misa de las diez, los domingos. A veces le pedían leer la primera lectura, ella aceptaba de vez en cuando, y lo hacía de una forma muy especial. Su voz dulce, su ritmo pausado, parecían un poema. Llenaba de paz el lugar.

Mama Mary, en ti siempre encontré un oído que me escuchó, un abrazo que me reconfortó, y un hacer constante por todos nosotros. Provocabas la unión familiar con consistencia. Organizabas reuniones, planeabas viajes para que los nietos compartiésemos contigo. No fallabas ningún cumpleaños, aniversario o fecha especial. Lograste que todos tus hijos, nietos y sobrinos tengan anécdotas y momentos especiales contigo, como si cada uno fuera el único.

El padre Vidal tenía razón: Fuiste un ejemplo de vida. Una mujer buena, genuina. Forjaste una familia de bien, y, además, fundaste una institución que trascenderá el tiempo, dejando una huella profunda en todos los que tuvimos el privilegio de conocerte y quererte.

Misión cumplida, Doña Mary.

Te amamos, te recordamos, y te honramos. Siempre.

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