Reminiscencias
El ángel Llenas Aybar
Nunca imaginé que mi ancianidad pudiera ser una etapa de mi vida tan interesante. Siempre estuve bajo la influencia de una expresión del General Charles de Gaulle, gloria de Francia, en ocasión de la rendición de ésta al nazismo a pocas semanas de haberse producido su invasión.
Francia tuvo la ilusión de que el viejo Mariscal Philippe Petain, héroe de Verdún en la primera guerra, sería guardián de aquella expresión que se hiciera muy famosa en el mundo, “No pasarán”, y pasaron en forma vertiginosa y aplastante. Peor aún, la capitulación sirvió para montar en Vichy un gobierno presidido nada más y nada menos que por el glorioso Mariscal.
De Gaulle, que tenía una relación muy especial con aquella leyenda, después de la Segunda Guerra Mundial, lavado el honor de Francia, supo perdonarle su sentencia de muerte por Alta Traición. Ya lo había excusado cuando pasaran los Nazis: la ancianidad es un naufragio.
Me ha ocurrido todo lo contrario, siendo un hombre común, del pueblo llano. Ella es un remanso maravilloso, que me permite gozar su soledad y silencios al poder recordar lo que pude vivir y advertir de lo que puede ocurrir.
Es decir, lo de mi tórrida juventud en el campo del Derecho, como en el ardiente pedregal de las luchas políticas y las incertidumbres de hoy, que las trato con desprecio de toda angustia.
Uno como que vuelve a la mansedumbre de la infancia al paso de los años y ya sólo escribo las Reminiscencias, el blog La Pregunta y, naturalmente, me acompaña mi entrañable Respuesta. Un estado espiritual único se siente, de seguro porque todos los ímpetus se rindieron y están sepultados lejos. No hay pasiones, y menos ambiciones, guiando el curso de la vida.
Y ésto que expreso me quedó confirmado hace apenas unos días cuando una amiga me visitara haciéndome una salutación extraña, y le respondí: No entiendo por qué me felicita. Y ella, con mucha serenidad me dice: “Ahhh!, ¿es que usted no lee el periódico en que escribe? Ahí apareció una foto del niño Llenas Aybar y, además, yo seguí bien de cerca aquel espanto y le oí a usted contar muchas veces en televisión que la aparición del cadáver de aquel “ángel inocente” fue lo que le salvó de su muerte. Oí sus explicaciones y llegué a ver el programa de televisión de su amigo Rafael Corporán, que al saber la noticia del hallazgo doloroso a la vera de un río del cadáver del niño Llenas, lo suspendió, estallando en llanto por la triste noticia.”
Me quedé pacientemente oyendo a la amiga y, como es natural, acudieron mis recuerdos de aquella tarde, que pudo ser horrible noticia, no sólo para mí y mi familia, lo que dejó de ocurrir en el Canal 9, donde yo haría una defensa necesaria de una increíble acusación que se me había hecho “de ser el cabecilla de una conjura para dar muerte a un líder importantísimo del país.”
Esto se hizo de conocimiento mundial, tanto que un Presidente venezolano llamó al Líder y éste no lucía convencido de que fuera así, pero se había originado en la Casa Mayor del Poder el supuesto y explosivo “hallazgo de un Crimen de Lesa Patria.”
Cuando la amiga terminó sólo le dije: Me quedé cambiado de ropa para ir al Canal y milagrosamente me salvó la vida la aparición del cadáver del niño y la emotividad de mi inolvidable amigo Corporán.
La amiga me encareció detalles de lo que me esperaba y entonces le dije: “No. Ya eso quizás se escriba en mi proyecto autobiográfico “Lo que pude vivir” y, honestamente, hoy sólo te hablaré de la prueba de que sería víctima de un ataque de granadas al pasar por el pasillo que queda bajo el camerino del pintoresco y desaparecido Pololo, donde estaban tres personajes: uno, que fuera el más importante Capo de la droga nacional; y otros dos, de nacionalidad colombiana, de los cuales uno le pidió a un valeroso médico encargado de la salud de los asistentes al programa, que estaba allí, “si le podía dar un calmante” porque sentía “un fuerte dolor de cabeza”.
Ese médico, que yo no conocía, logró verme mediante un familiar para contarme este raro episodio: Dos colombianos, pendientes de un joven moreno que tenía un radio portátil, cuando alguien dijo: “Llegó Pelegrín”. Ciertamente, Pelegrín llevaba un video porque el amigo Corporán me había dicho: “Si nos falta espacio para la presentación, mándeme el video de su rueda de prensa.” Algo que mi hijo llevaría al día siguiente al Departamento de Estado en Washington, que se había hecho eco de la imputación.
Minutos después me dijo el médico que oyó por la misma radio: “Se va Pelegrín, ¿qué hago?”, respondiendo el moreno: “Déjalo ir”.
Como usted comprenderá, mi amiga, yo no le voy a dar más detalles escalofriantes de esa trama contra mi vida porque ya me siento distante de aquello. Todos están muertos y, de seguro, fueron juzgados y perdonados, como lo seré yo a corto plazo.
Estos noventicuatro años me hacen sentir permanentemente el crecimiento de mi fe y gracias le doy al Señor porque aún puedo recordarlo todo y advertirlo todo.
Rememoré que en el año 1977 intercedí crucialmente para salvar la vida de aquel líder, cuando estuvo sometido por Ofensa a las Fuerzas Armadas. Mi inculpación resultaba injusta, tantos años después. Amén.