VIVENCIAS

La Iglesia: su presente y su futuro en tiempos recios

Tras la muerte del Papa Francisco, la Iglesia vive un momento decisivo. Como en las naciones, el futuro no depende solo de estructuras ni de herencias del pasado; se necesita una renovación real, fundada en autenticidad, fe viva y docilidad al Espíritu Santo.

La gente hace fila para rendir homenaje al difunto Papa Francisco mientras su cuerpo yace en el altar, ayer frente a la Basílica de San Pedro en el Vaticano,

La gente hace fila para rendir homenaje al difunto Papa Francisco.AFP

Hoy, la Buena Noticia sigue siendo anunciada. La Palabra continúa transformando corazones y levantando nuevas comunidades, aunque viejas estructuras se debiliten. La Iglesia, portadora del Evangelio, también sufre cansancio: no por el peso de la fe, sino por la fatiga de algunos miembros incapaces de renovarse interiormente.

El cristianismo, frágil en apariencia, pero fuerte en su raíz divina, siempre ha vivido esta tensión. Como las naciones que necesitan verdaderos líderes, no improvisados ni oportunistas, la Iglesia necesita santos, testigos fieles, no burócratas de la fe. Su vitalidad no depende de acomodarse al mundo, sino de su fidelidad al Evangelio.

La elección del nuevo Papa debe ser guiada por el Espíritu Santo, no por cálculos humanos. Solo en la escucha de la voz divina podrá elegirse al pastor que conduzca al Pueblo de Dios con firmeza, humildad y verdad. La herida de la Iglesia no sanará sin renovación profunda. No se puede culpar a Dios del estancamiento: la flojera y la falta de visión marcan el límite. La historia no espera a los pusilánimes. Solo una fe viva, entrega sincera y liderazgo auténtico podrán encender de nuevo la fuerza transformadora del Evangelio.

Muchos predicen su ocaso, pero brotan nuevas vocaciones y almas ardientes. El futuro será de quienes arriesguen todo por Cristo. Así como en tiempos de crisis surgieron líderes santos, también ahora la Iglesia verá renacer figuras llamadas por el Espíritu a guiarla.

Sin embargo, tomar decisiones cuesta. Da miedo e inseguridad, y se refleja en todos los ámbitos. Quizá cuando se trata de decisiones pequeñas no sea tan difícil, pero ¿qué hacemos cuando se trata de grandes elecciones que pueden cambiar nuestra vida? ¿Tenemos la capacidad de decidir o preferimos movernos de forma mecánica, dejando que otros o las circunstancias decidan por nosotros?

Decidir es elegir y renunciar. Es emprender un camino. Es arriesgar. La vida sería anodina si no nos confrontara con innumerables decisiones que comprometen nuestro peregrinaje existencial.

La Iglesia enseña que el ser humano, por su interioridad, es superior al universo entero. Allí, en su corazón, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino (Concilio Vaticano II, GS 14).

Educar en el arte de elegir forja un futuro firme y consciente. Saber reconocer las circunstancias y ventajas de cada elección es clave.

La RAE define “escoger” y “elegir” como sinónimos, aunque matiza: “escoger” suele implicar decidir entre opciones concretas; “elegir” puede ser más amplio.

La historia y la fe muestran ejemplos de elecciones bien guiadas y de los riesgos que implica elegir mal.

Después de la Ascensión, los discípulos eligieron a Matías para completar el colegio apostólico, guiados por el Espíritu Santo. Según la tradición, Matías evangelizó Etiopía y fue martirizado.

La Biblia también muestra que Dios elige antes de nacer: “Antes de que te formara en el vientre de tu madre, te conocí” (Jeremías 1:5).

Finalmente, la frase “quien escoge a sus sucesores escoge pobres versiones de sí mismo” alerta sobre un riesgo: elegir mal, por inseguridad o tibieza, puede comprometer el futuro.

Por eso, en estos tiempos recios o fuertes, más que cálculos humanos o estrategias pasajeras, es el Espíritu Santo quien debe guiar la elección del nuevo pontífice, sostener a la Iglesia y conducirla fielmente hacia el futuro que Dios ha preparado.