Jet Set: Cuando de arriba te llaman, ¿alguien lo puede contrariar?
Sobrecogedor: 113 fallecidos en el derrumbe de la discoteca Jet Set al teclear esta entrega. Compungidos, acompañamos a las familias afectadas en su dolor.
Cuando la muerte irrumpe, ¿alguien puede proclamar poder?
Aunque las ciencias están demostrando que existe actividad cerebral (¿continuación de la vida?) hasta 48 horas después del paro cardíaco, ¿una “existencia recuperada” sería igual?
Vida y muerte son dos grandes enigmas. Cuando el arcano despliega, expansivas, sus ansias de dominio nadie puede detener el cierre ni el adiós.
¿Hay quien encuentre razones que expliquen tantas muertes? 113 almas reclamadas hasta ahora. Atendiendo el llamado del cielo, ¿y del averno, también?
Cuando los invocan, los cuerpos de las almas quedan solos, huecos harapos. Venturosos quienes anduvieron guiados por el buen obrar.
Dios y Satán reclaman sus almas. Las de quienes integraron sus ejércitos por sus formas de actuar. Sus partidas tristes o venturosas se explican por la presencia del arcano en lugares y situaciones imprevisiblemente comunes; entre los arbustos, cantos y diversión simula su objetivo trágico para los humanos. Ni prelados, monjes o doctos podrían descifrarlo; tampoco prever sus causas verdaderas. Su resultado nefasto, ¿pueden discernirlo auscultando cuerpos, conjeturando?
¿Cómo saber que 113 dejarían, ahí, de respirar?
No decidieron ausentarse para nosotros o ellos. Tampoco ingresar a lo desconocido de manera tan inimaginable: víctimas del mortal sarcasmo con que —¿Dios y Satán?— aposentaron sus fines entre cantos y festejos. 113 que quizás horas antes proclamaron victorias sobre traiciones, mala fortuna y padecimientos; creyéndose libres del oportunismo y la mala fe.
Hilos invisibles, sin embargo, tejen la risa de la muerte. De las deidades que al cielo o al averno decidieron llamarlos, arrastrándolos inexorablemente a ese lugar, bajo el ardid y fraudulento manto de amor, deber, fortuna, amistad, festejo y celebración.
Parca invoca, arriba y cumple su oráculo simulando; ocultando la hoz bajo el negro manto de su perversidad; trocando el zarpazo en oportunidad ilusa.
Cuando esas divinas voluntades deciden ejercerse, ¿acaso vale el deseo o ruego del subalterno mortal?
A su favor pueden intermediar ángeles o demonios. Precediéndolo, quitando obstáculos, abriéndole puertas, otorgándole oportunidad. Ángeles y demonios, recordemos, sirven a divinidades, como titanes fieles o rebelados. Así, obstrucciones y trampas también anteponen, enmascarando sus fines. Porque la voluntad divina es sarcasmo que ni se explica ni reclamos admite. El contrato vital es: En cualquier momento, como te insuflé aliento, te puedo reclamar. Pretender modificarlo es pesadilla, inútil avidez.
Te requieren morir, denegándote libertades.
Para imponer su voluntad, las divinidades recurren al misterio. Lo desparraman y en nanométricas dimensiones y acciones espacio-temporales lo disponen. Necesitan posicionarlo ahí: portentoso, monstruoso, fascinante y angelical, aunque siempre inostensible: cándido, dichoso y feliz revestimiento de las tribulaciones. Satura, entonces, las retinas con su manto de plumas; y de hojarascas, los tímpanos. Transformándote en cíclope te impedirá apreciar su siniestra verdad; el avance invisible de su enmudecido y perenne golpeteo sobre las cosas. ¿Quién sabría o imaginaría que ahí está: carroñero y socarrón; persistente y soterrado; destruyendo los cimentos, estructuras y soportes de tu entramado vital?
Jamás podrías percatarte: ponerte donde quisieron para arrebatarte el derecho a continuar y a respirar.