EL BULEVAR DE LA VIDA

El centurión sin alma de la muerte

“Un manotazo duro/, un golpe helado”, que escribió Miguel Hernández, ha estremecido a la sociedad dominicana, a los más diversos sectores, sociales y económicos, culturales, deportivos, militares, artísticos, financieros, políticos, empresariales, remitiéndonos a todos -y explicándonos con dolor- lo vulnerable de la existencia.

¡Quién pudo imaginarlo de la parca y sus rigores, de ese centurión sin alma que es la muerte!

Cuánta juventud perdida, cuánta vida derramada, artistas excepcionales, atletas bendecidos.

Cuántos amigos queridos tan mal idos, hijos y hermanos amados, familias destruidas, futuros destrozados.

¡Cuánto hemos perdido! Lo mejor de cada casa atrapado en el laberinto inesperado de la muerte.

A destiempo, sin razón, equivocados, “los Heraldos negros” de César Vallejo nos han visitado, “hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!”.

Son estos los momentos cuando, vencido, vuelve uno a René del Risco y su lamento... “así tan sencillamente/ se muere la gente/ como quien se va”

Todo empezó a las 12:45:31 a.m. de ese lunes para el olvido, y a las 12:51 a.m., gracias a una llamada telefónica que una de las víctimas, Nelsy Cruz, (un hada madrina gobernadora, tan orgullosa de su Montecristi) quizás minutos antes de partir, hizo al jefe del Estado, que era su amigo. Segundos después, todo el aparato de seguridad y emergencia del gobierno fue alertado personalmente por el presidente Abinader. Era el infierno mostrándonos sus horrores.

Fueron horas terribles, minutos interminables. Con los segundos aumentaba el desconsuelo, la grave espera, la incertidumbre, los temores.

(Joder ¡Cuán breve y leve puede ser la vida!) Qué poca cosa somos, qué fácil nos marchamos.

Ahora, no tengo dudas. Para entender y aceptar estos agravios, para sobrevivir a nuestros muertos venerados, admirados, queridos; para subsistir y permanecer a pesar del dolor de estas ausencias, la humanidad siempre ha creado sus dioses con dones para el consuelo, para brindarnos paz, resignación, sosiego.

Entonces, poeta y pastor de cabras, don Miguel Hernández, responda Usted: Cómo perdonar ahora a la muerte enamorada y tanta vida desatenta.