PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Padre nuestro que estás en los cielos
Los cristianos enseñamos a orar a nuestros niños con las mismas palabras que empleó Jesús: “cuando oren digan: Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6, 9 -13).
Es un hecho atestiguado que Jesús de Nazaret oraba. Basten estos versos del primer capítulo del evangelio de Marcos: “se levantó muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, Jesús salió y fue a un lugar solitario, y allí oraba (Marcos 1, 35). Los evangelios nos muestran a Jesús orando en momentos cruciales de su vida, por ejemplo, cuando elige discípulos “se pasó la noche en oración” (Lucas 6, 12 – 18) o cuando saber que el lazo de la traición de Judas y sus enemigos se está cerrando sobre su existencia, “lleno de temor y angustia, Jesús ora” (Marcos 14, 33 – 34).
Se entiende que la gente que no cree en nada no ore. Esas personas cifran su éxito en sus cálculos, relaciones, recursos, inteligencia y oportunidad. ¿Cómo explicar que la gente que cree no ore?
Muchos creyentes imaginan a Dios como una energía neutra al origen de todo lo que existe. Como si fueran universitarios del siglo XIII discutiendo al Aristóteles, les repugna un universo y materia eternos y postulan un creador, un relojero sin rostro que explica los complicados mecanismos del gigantesco aparato. Para otros, Dios es un policía que les asecha para castigarles. Se entiende que nadie quiera orar y relacionarse con semejantes “dioses”.
Jesús rompe todos esos falsos esquemas al enseñar: “cuando oren digan: Padre nuestro que estás en los cielos”. Jesús no solo afirma que hay un Dios, sino que es Padre. Jesús nos asegura que podemos dirigirnos a Dios porque, aunque “nadie lo ha visto jamás” (Juan 1, 18 – 20) es un padre, inmensamente mejor que los padres que conocemos. Ninguno de los padres que conocemos le pondría un escorpión en su manita a un niño que pide un huevo, “pues si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lucas 11, 13).
¿Cómo no escuchar a nuestro Padre y comunicarle lo hondo de nuestra vida?
Quien vive, respira; quien cree, ora. Invocando a Dios como padre, Jesús nos enseña que, orar es reconocer una relación que nosotros no comenzamos.