SIN PAÑOS TIBIOS

Vacaciones navideñas colectivas

Aquello de la doble moral se nos da bien, y frente al espejo de la realidad, muchas veces exigimos lo contrario a lo que estamos dispuestos a dar. Habría que buscar en la historia las raíces de ese comportamiento, sobre todo en una época en la que sobre el mundo se proyectan tiempos aciagos sobre todas las certezas heredadas.

Valdría la pena reflexionar con absoluta honestidad sobre algunas prácticas, no desde la lógica del deber ser judeocristiano, valores tradicionales de Occidente o el canon de la corrección política, sino desde lo eficiente, real y sensato.

Verbigracia, el marco mental del trujillismo configuró el ejercicio del poder como una práctica sobrehumana que sólo “el jefe” podía sobrellevar. Trujillo no reía, no dormía, no sudaba, no descansaba, y sólo tenía alma y vida para sacrificarse por su pueblo. Sobre ese sustrato sociológico Balaguer desplegó su concepción cuasi monacal del poder, proyectando una imagen de ascetismo; reforzándose a posteriori una idea faquir del servicio público aún vigente, que hace que se cuestionen sueldos, oficinas y hasta vacaciones.

¿Acaso los funcionarios públicos dejan de ser seres humanos cuando asumen funciones?, ¿acaso el presidente deja de cansarse cuando se tercia “la ñoña”?, ¿acaso no le puede caer mal una comida, darle gripe, enfermarse? Hay mucho de hipocresía en exigir que quienes van a servir no tengan derecho a un descanso, y que deban ejercerlo de manera oculta, de contrabando, y aún a riesgo de que sean cuestionados y vilipendiados porque sencillamente tomen vacaciones.

La incoherencia alcanza el paroxismo en el periodo navideño, y como este país está lleno de dominicanos –no de nórdicos o suizos–, cuando la navidad arranca se para el mundo; el espíritu festivo, bulloso y dicharachero se hace presente y se entroniza un ambiente de pachanga, fiesta, disfrute y gozadera que desde mediados de diciembre todo el mundo proyecta hacia enero; de ahí que aunque el Estado sigue abierto lo está en modo zombi.

Y si, los servicios se siguen brindando, las ventanillas únicas de las instituciones funcionan, los acuses de recibo se siguen expidiendo, las solicitudes de permisos o cartas de no objeción de cualquier naturaleza se siguen aceptando… pero nada camina, todo se ralentiza, y a todo se responde con un “eso se quedó para enero”, respondido a un solicitante que da como buena y válida la respuesta porque vive en esa misma sociedad y comparte ese mismo marco mental que a ambos define.

Entonces, si desde el 24 de diciembre al 02 (¿06?) de enero todo está parado, ¿por qué seguir con la farsa?, ¿acaso no se pierde más en esos días de rendimiento laboral mínimo y anomia institucional generalizada que lo que pudiera perderse declarando vacaciones colectivas?

En la práctica, sincerar en términos institucionales lo que hacemos a nivel cultural sería más eficiente; habrá que ver qué dicen estudios y estadísticas, pero valdría la pena explorar la posibilidad.