¡Murió feliz!
El día en que se iba a morir, Julio Castro Pérez, conocido como Contentico en su natal Dajabón, se sintió más feliz que nunca.
Se levantó bien temprano con las letras de su canción favorita en la mente: “Le duele, le duele la barriguita y es por su boquita que no se quita. Ay, ay, ay, ay, ayayay, le dueleee”.
Era domingo. Día de fiesta para él y de rezos para las viejas que iban a la iglesia. Desde la noche anterior tenía lista una camisa azul, bien planchada, y unos pantalones a juego. Sus zapatos blancos, bien lustrados por él con la experiencia que solo tiene un hombre que desde los cinco años fue limpiabotas.
El colmadón abriría a las ocho de la mañana y tenía que estar listo para disfrutar de toda una jornada de gozo. Uno de sus compadres cumplía años y, desde el mediodía del sábado, las mujeres del barrio preparaban los ingredientes para un delicioso sancocho.
A Contentico todo el mundo le quería. Era un hombre bueno y alegre. Alguien sin malicia, de quien te quieres hacer amigo o pasar un buen rato tomando unos tragos.
“Le duele, le duele la barriguita y es por su boquita que no se quita”, cantaba la radio del colmadón a todo volúmen. La gente estaba alegre viendo como nuestro protagonista entraba al lugar dando unos pasitos sincronizados. El baile de Contentico era contagioso.
Ese día comió y bebió a sus anchas.
No se emborrachaba, porque después de tantos años de fiesta el alcohol ya formaba parte de su sangre. “Fue su mejor domingo”, diría una de sus tantas enamoradas.
“Le duele, le duele la barriguita y es por su boquita que no se quita”, coreaba con emoción nuestro Contentico.
“Ay, ay, ay, ay, ayayay, le dueleee”, le respondía su ídolo, Anthony Santos, por la radio del colmadón.
Su corazón estalló de tanta alegría, mientras bailaba su canción favorita frente a sus amigos de toda la vida.
Contentico murió feliz.
Indhira Suero Acosta Instagram: @negritacomecoco1