El Parlacen y la ‘Carabina de Ambrosio’
Cuando alguien o algo no funciona, se suele decir que es como la carabina de Ambrosio, una frase que aplica perfectamente al foro parlamentario de Centroamérica y República Dominicana.
Escritores e historiadores españoles han invertido tiempo desde el siglo pasado en investigar sobre la historia de un labrador sevillano llamado Ambrosio, quien se convirtió en asaltante de veredas con su vieja e inservible escopeta. Se dice que terminó siendo hazmerreír de la gente, tras comprobar que su arma ni siquiera podía disparar.
Es difícil saber si se trata de una anécdota de la vida real o simplemente es una leyenda urbana que se arraigó primero entre los españoles y luego la hicimos propia en muchos países latinoamericanos, en donde la carabina de Ambrosio es sinónimo de algo defectuoso, qué no sirve para nada o simplemente no cumple con la función primordial de su existencia.
En 1986, mientras Centroamérica era una región con muchos conflictos internos, los presidentes Vinicio Cerezo (Guatemala), Napoleón Duarte (El Salvador), José Azcona (Honduras), Daniel Ortega (Nicaragua) y Oscar Arias (Costa Rica), se reunieron en la villa de Esquipulas, al oriente de Guatemala, en una cumbre en la que acordaron trabajar por la paz e integrar el istmo.
Los mandatarios suscribieron la Declaración de Esquipulas, la cual contempla, entre otras cosas, la creación del Parlamento Centroamericano, un instrumento político al servicio de la integración. Cinco años después, el 28 de octubre de 1991, el Parlacen –como se le conoce– queda instituido con sede en ciudad de Guatemala, aunque con representación limitada, pues únicamente había diputados por Guatemala, El Salvador y Honduras.
Más adelante se fueron sumando representantes de Nicaragua, Panamá y finalmente República Dominicana, para alcanzar la estructura actual, con la ausencia de Costa Rica, único país que ha considerado que la forma en que se ha concebido no aporta nada y se niega a participar a un proyecto que nació con grandes sueños, pero que, en la práctica, muestra que es como aquella famosa carabina de Ambrosio.
¿Qué ha pasado desde ese lejano 1991? La región agitada: crisis de todo tipo, retos y hasta desastres naturales han afectado a los países que integran el Parlacen. Incluyo en la lista de situaciones difíciles a los desastres naturales, porque entre lo poco rescatable que ha hecho este foro parlamentario están sus pronunciamientos, cuando azota la región algún huracán o tormenta tropical.
No ha ocurrido lo mismo cuando se han producido rompimientos constitucionales o intentos en algún país, como tampoco se ha visto nada concreto para fomentar la integración, promover el intercambio comercial, consolidar o defender procesos democráticos, mucho menos para impulsar alguna legislación para hacer que la región sea competitiva y avance en materia económica y social.
Su estatuto de creación no le ha dado dientes a este costoso e incapaz organismo. No tiene siquiera potestad legislativa, ni siquiera para elevar a consideración de los Estados miembros leyes o reformas que promuevan la integración. Con el tiempo se ha comprobado que es un cascarón que sirve solamente para dar ingresos –qué no trabajo– a diputados de segunda categoría. Es casa de contrataciones de los partidos políticos para premiar a miembros o amigos, cuando no para esconder a corruptos que quieren resguardarse bajo su manto de inmunidad. El rechazo de los pueblos se siente cada vez con mayor fuerza. En Guatemala ya tuvo más votos nulos que los obtenidos por el partido mayoritario. No hay mucho que pensar; o el Parlacen se adapta a las necesidades de los tiempos y la región, o la voz de los pueblos pedirá, justamente, su cancelación.