MIRANDO POR EL RETROVISOR

Los estudiantes y el compromiso social

En un tiempo en que resulta tan insignificante el impacto de los centros educativos públicos y privados en los sectores donde están ubicados, estudiantes de Baní dieron un ejemplo de compromiso social al participar el pasado jueves en una manifestación organizada para reclamar una protección eficaz de las Dunas en esa ciudad.

Los estudiantes uniformados formaron un cordón humano simbólico junto a representantes de diversas organizaciones representativas del municipio sureño, preocupados por la extracción indiscriminada de arena de ese monumento natural.

El senador por la provincia Peravia, Milciades Franjul, quien encabezó la manifestación, explicó que la participación de los estudiantes de diferentes niveles y centros educativos en la protesta pacífica, tiene el propósito de empoderarlos y crear conciencia en ellos sobre la importancia de convertirse en celosos defensores del medio ambiente.

Me parece una excelente iniciativa que debería replicarse en la mayoría de las escuelas y colegios, ya que contribuiría a despertar en los estudiantes un sentido de compromiso con el entorno de los planteles y las comunidades donde residen.

Me apena mucho –para solo citar un ejemplo- ver los alrededores de colegios y escuelas repletos de desperdicios, sin que sus autoridades educativas y estudiantes levanten sus voces para exigir respeto por esos lugares, que deberían ser ejemplo de limpieza y orden.

Tomando en cuenta que después del hogar, niños, niñas y adolescentes pasan la mayor cantidad de horas del día en las escuelas, estos espacios constituyen el complemento ideal para formar los ciudadanos ejemplares y conscientes del futuro.

En Japón, una nación ejemplo para el mundo en ese sentido, aunque tienen personal de limpieza en las escuelas, son los estudiantes que mayormente realizan esa labor llamada “o-soji”. Y los alumnos japoneses se sienten orgullosos de que barrer, trapear y servir la merienda a sus compañeros de clases forme parte de su rutina escolar.

Y la consecuencia de cómo impacta luego esa cultura de compromiso fuera de las escuelas, la observó el mundo en el Mundial de Fútbol realizado en el año 2014, en Brasil, cuando fanáticos japoneses –y pese a la derrota de su equipo ante Costa de Marfil- tras el partido recogieron toda la basura acumulada en las gradas del estadio Arena Pernambuco.

Algunos medios brasileños calificaron la acción como un ejemplo de educación y civilidad, poco usual entre fanáticos cuyo equipo ha tenido un resultado adverso en el terreno de juego.

Pienso también que es la muestra más elocuente de que el respeto inculcado en la escuela, se extiende luego al entorno y termina incidiendo en todo el país.

Precisamente, el viernes pasado conversaba con mis compañeros en Listín Diario, el joven comunicador Ángel Valdez y el fotorreportero Jorge Martínez, sobre el desalojo de 250 familias en el sector Marañón, del municipio Santo Domingo Norte.

Al analizar el drama humano que viven ahora esas familias, salió a relucir el desorden que prevalece en las ciudades del país y la escasa importancia que se otorga en las escuelas a los temas del urbanismo y el civismo.

El urbanismo tiene como objetivo primordial el planeamiento y la organización de una ciudad para ofrecer a sus habitantes una buena calidad de vida. Y el civismo –antes en las escuelas el hermano siamés de la moral- se entiende como ese sentimiento de pertenencia a una comunidad, inspirada en el respeto, la tolerancia y la convivencia.

Una combinación de teoría y práctica en materia de urbanismo y civismo, que permita manejar las escuelas como si fueran pequeñas ciudades y con los estudiantes siendo sus principales protagonistas, colocaría al país como ejemplo en la formación de ciudadanos respetuosos de las normas y con compromiso social.

Los estudiantes apoyarían a las autoridades educativas y al personal docente en la gestión de los centros educativos. Aportarían en la limpieza de las escuelas y sus entornos, serían celosos defensores de la calidad de los alimentos que se sirven en los planteles, de la conservación de esas estructuras, su mobiliario y los equipos utilizados para transmitirles conocimientos.

Se trata de impulsar una educación más allá de la formación académica en las aulas, con discentes más vinculados con las necesidades de su entorno y la nación.

Esos alumnos serían después más sensibles frente a los problemas del país, como ocurrió con los estudiantes banilejos que se unieron al clamor por la preservación de las Dunas, haciendo suyo un reclamo que los eleva a la altura de nuestra Bandera Nacional.

Y como exclamó el escritor Gastón Fernando Deligne en su poema “Arriba el pabellón”: ¡Qué linda en el tope estás, Dominicana bandera! ¡Quién te viera, quién te viera, más arriba, mucho más!

Así anhelamos cada día ver a los estudiantes dominicanos, tan altos como nuestra enseña tricolor, siendo ejemplos de amor por la Patria y de compromiso con sus más sagrados intereses.

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