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Los sufragantes en el capitalismo y las democracias en crisis

Liderazgos nacionales y las persistentes “crisis” capitalistas

El mayor riesgo electoral que cualquier liderazgo nacional (partido-y ejecutivo en el gobierno y anteriores gobernantes) pueda enfrentar es la erosión de la simpatía y aprobación que inexorablemente acarrea el ejercicio del poder público en el marco de la férula explotadora que, adosada a la democracia como libertad de empresa, resulta imposible de cambiar, regentear o gestionar a favor de unos fines públicos que, por definición y derecho constitucional, constituyen su antítesis irresoluble.

Las crisis registradas desde 1998 en las democracias capitalistas mundiales en sus áreas financieras, de vivienda, salud, energía, educación, alimentación, trabajo, medioambiente, cultura y otras han generado una ostensible pérdida de la calidad de vida por doquier; especialmente en las naciones cuyos niveles de autosuficiencia productiva las han colocado en condición desprotegida ante los “choques externos”, los cuales terminan compensándose con pérdida progresiva de la autodeterminación y la reducción del ingreso real en periodos extendidos e indetenibles durante los cuales el salario también es cada vez menor ante la “canasta familiar” y el presupuesto del gobierno, es decir ante el precio de la gobernabilidad y de una nueva subsistencia redefinida desde el mercado e integrada por un conjunto de nuevas necesidades y derechos ciudadanos.

Aunque la subsistencia es entendida desde el poder y desde el Estado a partir de las nociones sociológicas de las condiciones mínimas para subsistir y reproducirse biológicamente, las constituciones generalizadas han lanzado sobre los estados y, por consiguiente sobre los gobiernos, el deber ser de “satisfacedores” universales de esas necesidades y de otras más que, por su causa, definen y robustecen el sentido aspiracional de la relación gobierno-ciudadanos, creando un nuevo entorno de derechos contradictorios desde diferentes perspectivas: difusos, en su aplicación y vigencia; imperativos, desde la cotidianidad ciudadana.

La infección capitalista de la democracia: descapitalizaciones nacionales, pérdida de gobernanza y gobernabilidad

El espectro legítimo de las funciones definidas por las constituciones como deberes del Estado en los ámbitos de los derechos ciudadanos y los servicios ofrecidos para satisfacer las necesidades colectivas —salud, alimentación, educación básica y superior orientada al desarrollo científico técnico, trabajo, justicia, cultura y otros— chocan con esa realidad en la cual resulta imposible afirmar que la producción de riquezas sea nacional o que beneficie a la totalidad de los capitalistas y los involucrados en el proceso de creación de riquezas ya que, de 1978 a la actualidad, las estructuras productivas de las naciones desarrolladas y en vías de desarrollo fueron conscientemente desmontadas para producir “más barato” en las zonas francas de los países asiáticos o en sus espacios industriales receptores de inversión extranjera directa concretada en desarrollo de instalaciones productoras de bienes y servicios. Su efecto sobre los indicadores económicos nacionales —auspiciado también por el intenso proceso de concentración de las riquezas— es la ampliación constante de la brecha entre PIB per cápita e ingreso medio real de las mayorías de trabajadores, según reportan las estadísticas laborales.

En tal óptica, el capitalista local redujo en grado significativo sus oportunidades de compactar su perfil, su condición de capitalista, para transformarse en “productor” de servicios, una actividad económica que genera desarrollo aparente y es esclava de las variaciones constantes que le sobre imponen las pre descritas inestabilidades y el “entorno externo”. El desarrollo de los servicios es la actividad con mayor consumo de paradigmas y bienes importados.

Para las naciones estancadas en sus vías de desarrollo, este proceso ha resultado más des estructurador: su incipiente parque industrial, su una vez pujante pequeña burguesía productora y sus talleres (1921-1970) fueron arrasados por la importación indiscriminada, aceptada como solución por el “gran” empresariado local y el capital “golondrino” importado. Su resultado es la actual, constante y creciente carencia de oportunidades y de puestos de trabajo remunerados suficientemente. Sólo el aumento persistente de la informalidad tolerada compensa esta fragilidad, colocando a una masa poblacional cuasi al margen de la Leyes, las regulaciones y los alcances de las políticas públicas.

El sufragante en la crisis de democracia y del capital

Como efecto de esas causas, el ámbito y cotidianidad de la pequeña burguesía informal discurren bajo el terror de pánico ante la inminente reducción de sus expectativas de sobre vivencia, expresadas como descenso en su nivel social, ingreso y competitividad, originados en el empuje hacia lo bajo que a diario recibe, la descapitalización, la desactualización tecnológica, las importaciones masivas y la carencia de recursos de todo tipo para lograr el desarrollo de productos y servicios con valor agregado desde las fuerzas económicas y sociales ante las cuales debe batallar para no caer en la pobreza.

Ese terror de pánico ante la incertidumbre social los hace proclive a las delincuencia y a todo tipo de anomia, reduciendo el nivel de calidad humana social al punto que muchos pequeños negocios informales existen financiados, informalmente, desde el bajo mundo al que, por este “apoyo” quedan comprometidos y obligados a corresponder cuando acciones de cualquier tipo les son solicitadas. Se constituyen, entonces, en estructuras para gubernamentales, desde las cuales se pueden despachar fuertes resistencias al fortalecimiento del esquema de derecho y justicia consagrado por las constituciones y las leyes. El entorno dominicano presenta ejemplos de esta realidad en las denuncias de sueldos “Cebolla” para policías y militares; en la disposición de la gente a invertir en plataformas de negocios altamente inseguras: “Mantequilla”; en el funcionariado cuyo niveles de corrupción alcanzó niveles sórdidos en la historia reciente y en la capacidad del bajo mundo para ingresar a los más encumbrados despachos oficiales (de síndicos y ministros) para asesinarlos, en aviesos y declarados acciones de “ajustes de cuenta”.

A esa desestructuración humana y social se agrega la irrupción al ciberespacio que propicia la comunicación digital de miles de millones de personas. Sus cambiantes opciones han ofrecido ventanas a quienes por siglos fueron “nadie” y se mantuvieron socialmente invisibles. Acceden a estas ventanas públicas para “forjarse” y proyectar su auto percepción y calidad ideales o funcionalidades extra robustecidas y autocomplacientes, para satisfacer las necesidades más apremiantes para cada personalidad. La pirámide de Abrham Maslow posibilita explicar si la participación en estos ámbitos se activa desde las urgencias centrales: satisfacer las necesidades sociales para, desde estas, activar auto proyecciones cuyo objeto es configurar la autoimagen desde una tesitura aspiracional capaz de recorrer, indistintamente, desde la base al ápice y producir la esperada compensación.

En las sociedades estancadas en sus vías de desarrollo, la personalidad cibernética deviene metáfora, figuración de colectivos humanos que portan en sí la frustración vivencial y cotidiana psicológicamente causada por los niveles de insatisfacción personal y colectiva que el recurrente “estado de crisis” de la democracia del capitalismo irreal (no produce riqueza ni desarrollo) genera. Es natural, entonces, que en este espacio participe un ser humano que transita desde lo sublime a lo salvaje, entendido como instinto individualista de brutalidad.

En la lógica social, este individuo deviene estructura insatisfactible, disgregada, antagónica al Estado, al Gobierno y a cualquier sentido de colectividad (no se reconoce en ellos); racionalmente propenso —además— al beneficio personal exclusivo y brutal.

Constituye una importante masa ciudadana, integrada al conjunto electoral, ante la cual se impone el desarrollo de fortísimas socio-narrativas y estrategias.

Son ciudadanos mirando y conscientes de los terribles efectos que experimentan a causa de la cultura política nacional y los resultados de las gestiones públicas. Ante ellos, las investigaciones sociológicas estimuladas por los liderazgos deben cuestionar si están o estarían dispuestos a actuar en alguna posibilidad rentista. Como colectivos racionales, los sufragantes pueden ser persuadidos en tanto se les reconozcan derechos a las conveniencias institucionalizadas para que puedan superar el desengaño. El pragmatismo no es exclusivo de los líderes. El racionalismo obliga a determinar hacia cuál extremo se moverán los sufragantes cuando, impulsados de la fuerza de Coriolis, opten por abandonar el punto de inercia en el péndulo de Foucault.

La más empírica de las previsibilidades permite esperar que cada quien lo hará partiendo del modo en que ha experimentado —y haya “entendido”— las soluciones/desastres colectivamente sufridos a causa de las extendidas crisis de las democracias en el capitalismo actual, crisis que los aparatos ideológicos del Estado —nótese, no del gobierno— construyen como efecto de los actos del gobierno y el funcionariado, para erosionar su vínculo de dependencia con el sistema de explotación salvaje del capital.

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