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MIRANDO POR EL RETROVISOR

El café pendiente en medio de la fragilidad de la vida

Para una familia debe ser doloroso perder un pariente debido a la falta de previsión. El dolor es mucho mayor porque se trata de muertes inesperadas, sumado a la indignación que provoca querer limitarlo a un golpe del destino, con la frase: “Estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado”.

Son los sentimientos que embargan a los familiares de Yasiris Joaquín de Jesús, la mujer de 31 años que falleció al colapsar el pasado 18 de enero un edificio de cuatro niveles ubicado en la calle Las Carreras, en la ciudad de La Vega.

Ella tenía una bebé de tres meses, estudiaba Psicología y debido a una licencia médica, recién se había reintegrado a sus labores en la mueblería donde funcionaba el inmueble que quedó hecho escombros. Una mujer en plena edad productiva y con sueños por cumplir.

La joven madre fue encontrada muerta luego de varias horas de “labores de rescate” y, pongo entre comillas la frase, porque en medio del operativo se pudo comprobar que el país no cuenta con los equipos y el personal debidamente entrenado para buscar personas debajo de estructuras colapsadas.

Incluso, una versión difundida por diversos medios de comunicación destaca que Miguel Ángel Tejada, un limpiabotas, ayudó a rescatar a tres de las víctimas. “Yo saqué tres de las mujeres que estaban ahí adentro, yo entré por este pequeño hueco y la logré arrastrar hacia adelante, los bomberos no podían sacarlas, solo cabía yo por ahí”, contó el joven a los periodistas que recababan las incidencias de la tragedia.

Y conste que el edificio no cayó a causa de un fenómeno natural, como los temibles terremotos, para los cuales, lamentable, no estamos preparados en el país por la falta de una cultura de prevención sísmica.

Desde hace varios años expertos en el tema han planteado la necesidad de que República Dominicana adopte una serie de medidas para mitigar los efectos devastadores de un terremoto de gran intensidad.

La razón, en la isla española hay entre 12 o 14 fallas sísmicamente activas, y dos de ellas con el potencial para producir terremotos de magnitud superior a siete y tsunamis.

Ante esa realidad propia de la naturaleza, nada que hacer, pero si frente a las fatales consecuencias que podrían acarrear si seguimos obviando las opiniones de expertos, de que un sismo similar a los ocurridos en Nagua, el 4 de agosto de 1946, y en Haití, el 12 de enero de 2010, dejaría un escenario en el país de “tierra arrasada”.

Sus recomendaciones han sido muy puntuales. Primero, exigir a los constructores, especialmente de torres de apartamentos, aplicar los parámetros apropiados cuando se levantan estructuras sobre suelos débiles o blandos que amplifican el espectro sísmico. Segundo, una mayor supervisión del Estado, con el apoyo del Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA), su asesor en esa materia, de las edificaciones informales y aquellas sin cumplir con las normativas y permisos requeridos.

También incrementar el presupuesto destinado a la mitigación de desastres, fortaleciendo la capacidad preventiva del Instituto Dominicano de Sismología y de la Oficina Nacional de Evaluación Sísmica y Vulnerabilidad de Infraestructuras y Edificaciones (Onesvie), entidades que solo se mencionan cuando un temblor de tierra de mediana intensidad causa pánico entre la población o por sucesos como el de la semana pasada en La Vega.

Es tan pobre la cultura de prevención sísmica en el país que ni siquiera hemos podido instalar los Sistemas de Alerta Sísmica Temprana, que permiten alertar ante la ocurrencia de un terremoto con potencial destructivo.

Estos sistemas de alarma se basan en que en los primeros segundos de la onda “P”, la primera generada por el terremoto y que viaja a mayor velocidad, se puede calcular su tamaño y capacidad destructora, lo que permite emitir una alerta antes de la llegada de las ondas “S”, las más devastadoras, pero en un emplazamiento más lejano.

El sistema de alerta otorga unos minutos para poder tomar medidas de protección que mitiguen daños y, lo más importante, salvar vidas.

Si solo cuando llueve intensamente en el país los daños suelen ser catastróficos, imagínense con un potente sismo que seguro nos encontrará, como decimos en buen dominicano, “asando batatas”.

Con mi compañera de labores en Listín Diario, Sandra Medina, conversaba a raíz del caso de La Vega sobre la fragilidad de la vida. Y me apuntó con desazón que un día despertamos para sumergirnos en las actividades de la vida cotidiana, pero ignorando que nos espera.

En ese momento pensé en las invitaciones a tomar un café con amigos que quedaron aplazadas en el año que terminó hoy, justo hace 22 días, simplemente para conversar, compartir un momento agradable o recordar viejos tiempos.

Decidí ponerles fecha, uno no sabe cuándo se combinen la falta de previsión con estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado.

Y luego acuden esos amigos a tomarse el café y hasta a charlar amenamente, pero en tu funeral.

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