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Reputación médica

No sé ahora, pero antes, el médico era considerado como un sacerdote de la salud. Una persona con capacidad de entregarse por los demás sin anteponer nada. Este profesional establecía una relación casi familiar con sus pacientes y esa vinculación estaba por encima de todo: respondía a las emergencias a la hora que se le llamara, le daba seguimiento personal a sus pacientes, llamaban por nombre y apellido a sus pacientes, auscultaban detenidamente y sin prisa a sus pacientes, en fin, establecían una vinculación casi familiar con los mismos.

Para ese médico nada estaba por encima de sus pacientes. Nada.

La vocación implicaba toda clase de sacrificios. Honraban el juramento con su conducta.

Los tiempos han cambiado y la entrega tiene hoy precio, el cual está determinado por la reputación profesional del médico, por la importancia del consultorio, por los títulos que cuelguen en su despacho, por la fama que haya acumulado en la sociedad, etc. En algunos casos el cambio ha sido para bien, pero en la mayoría, no. Pues ahora la relación entre pacientes y médicos (salvo honrosas excepciones) es distante, fría, apática, casi de índole comercial.

Hoy contamos con más y mejores profesionales de la medicina, médicos con todas las especialidades del mundo, con títulos de universidades famosísimas, con toda clase de equipos de última generación, con una medicina más preventiva, es decir, la medicina dispone de toda la tecnología necesaria para un ejercicio de vanguardia; sin embargo, se advierte una mayor deshumanización y un trato casi impersonal con los pacientes.

Si pudiéramos combinar lo ético con la calidad del médico, talvez no se sintiera tanto la lejanía entre pacientes y médicos en términos de trato.

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