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MIRANDO POR EL RETROVISOR

El cibercrimen gana terreno en RD

Regularmente si notamos que se nos acerca una motocicleta en las calles con dos personas a bordo, inmediatamente nos ponemos en atención porque advertimos que podríamos estar en peligro.

Algunas viviendas parecen fortalezas por las medidas de seguridad que adoptan sus ocupantes, con verjas, cámaras de seguridad, alarmas y alambrado.

Aun así nadie escapa de ser sorprendido por una delincuencia cada día más atrevida, desafiante y sofisticada. Pero tan preocupante es la delincuencia en el mundo real como a la que estamos expuestos en el mundo virtual.

Los delincuentes en el país ya comienzan a mostrar sus garras en el ciberespacio y esa realidad nos convoca a estar cada día más prevenidos.

Un adolescente de 17 años, residente en Michigan, Estados Unidos, se suicidó el 25 de marzo de este año porque no pudo soportar la extrema presión a que lo sometió un extorsionador a través de la red social Instagram.

La “sextorsión” o extorsión sexual ocurrió porque compartió fotografías comprometedoras con un hombre que lo amenazaba con publicarlas si no le daba dinero.

Casos de ese tipo son cada día más frecuentes en el país, aunque no se difunden en los medios de comunicación, Peor, ni siquiera son llevados a la justicia, por el temor de las víctimas al escarnio público.

La semana pasada las autoridades judiciales informaron que Julio Aníbal Peña Rubio, el hermano del exgobernador de Barahona, Pedro Peña Rubio, fue asesinado por personas que se hicieron pasar por una mujer, a través de la cuenta falsa de una red social.

Peña Rubio se trasladó al sector El Tamarindo, en Santo Domingo Este, pensando que conocería a una joven, sin sospechar que todo el tiempo conversaba con quienes posteriormente lo raptaron, ultrajaron y asesinaron.

En un artículo anterior, presenté el caso de un adolescente que creó una cuenta falsa en una red social con la foto de una compañera de estudios, también menor de edad, para pedir dinero a hombres adultos.

El 16 de julio de este año también la sociedad se estremeció con el asesinato del joven Frederick Alberto Pérez Ventura, quien fue contactado por su asesino a través de la red social Grindr.

Y esos casos pasan porque no medimos los riesgos y amenazas a que estamos expuestos con el uso de las modernas tecnologías de la información y la comunicación (TIC).

Cuando oímos hablar de ciberdelito o cibercrimen pensamos exclusivamente que alguien podría acceder a nuestros datos personales o correo electrónico, robo de informaciones financieras y de datos corporativos, clonación de tarjetas de crédito y hackeo de cuentas en redes sociales.

Pero los ciberdelincuentes van más allá de esas opciones tan apetitosas y, antes de abordar a una posible víctima, revisan bien su perfil en las redes sociales, donde las personas exponen sin ningún rubor todos los detalles de su vida pública y privada.

Las potencialidades de los delincuentes a este nivel han sido históricamente poco valoradas al momento de diseñar una política estatal anticrimen.

Y es un aspecto que debería contemplar la comisión que debate los pormenores de una reforma policial por iniciativa del presidente Luis Abinader.

Y además crear conciencia ciudadana al respecto, ya que pocos conocen incluso sobre la existencia de la Ley 53-07 sobre Crímenes y Delitos de Alta Tecnología, promulgada el 23 de abril de 2007 durante el gobierno del presidente Leonel Fernández.

Aunque se trata de una legislación que requiere ser actualizada, prevé el atentado contra la vida de la persona mediante el uso de medios digitales.

En su artículo 12 establece que “Se sancionará con las mismas penas del homicidio intencional o inintencional, el atentado contra la vida, o la provocación de la muerte de una persona utilizando sistemas de carácter electrónico, informático, telemático o de telecomunicaciones, o sus componentes”.

Igual sanciona el atentado sexual contra un niño, niña, adolescente, incapacitado o enajenado mental, así como la posesión y difusión de pornografía Infantil.

El problema radica en que, si los ciudadanos desconfían de la efectividad de una querella ante la Policía por un daño sufrido en el mundo real, mucho más haciendo uso de la Ley 53-07.

Y razones hay de sobra, la ley creó la Comisión Interinstitucional contra Crímenes y Delitos de Alta Tecnología (CICDAT) encabezada por la Procuraduría General de la República e integrada por las Fuerzas Armadas, Interior y Policía, Policía Nacional, Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), Departamento Nacional de Investigaciones (DNI), Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel), Superintendencia de Bancos de la República Dominicana, Instituto Tecnológico de las Américas (ITLA) y Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia (Conani).

El pleno de esa comisión debe reunirse por lo menos cuatro veces al año de manera ordinaria o cuantas veces lo convoque su Presidente, por iniciativa propia o a propuesta de más de la mitad de sus miembros.

Eso en la práctica es pura teoría y, si realmente se dan esas reuniones, la población ignora sobre las iniciativas acordadas para prevenir los crímenes o delitos de alta tecnología en el país.

El artículo 36 de la ley también creó el Departamento de Investigación de Crímenes y Delitos de Alta Tecnología (DICAT), como una entidad subordinada a la Dirección Central de Investigaciones Criminales (Dicrim) de la Policía Nacional.

Es probable que el DICAT languidezca por la falta de apoyo, como ocurre con otros departamentos, entre ellos el de búsqueda de personas desaparecidas.

Por cierto, no es una idea descabellada considerar que el incremento de personas desaparecidas en el país esté muy vinculado al cibercrimen, pues hasta ahora se conocen sólo los casos de aquellas personas halladas y de otros que han sido mediáticos.

El desarrollo y uso de las TIC trae consigo grandes retos también en materia de seguridad ciudadana. Los expertos en el área advierten que el crimen cibernético nunca ha estado tan extendido como ahora.

Es una realidad que no podemos obviar, como el sonido cercano de la motocicleta que tanto nos espanta.

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