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Tiro de gracia

Un show inolvidable

El documental sobre el baile del Son fue bien acogido. Pero Javier Aiguabella olvidó que para grabar una sesión fílmica, necesitaba sufragar el alquiler del centro, además de repartir dietas a las parejas que allí actuarían. También se frustaron sus deseos de traer toreros españoles a El Seibo.

Las corridas de toros seibanas no fueron ajenas. Con mi amigo Pedro Ayuso y su chofer visitamos durante años algunos esos encuentros populares sucedidos en la primera semana de mayo, en ocasión de las fiestas patronales de la provincia El Seibo. La visita incluía una parada obligatoria en la rústica fábrica de Mabí Seibano regenteada por el desaparecido amigo Ovidio Otto, hasta la dulcería doméstica de doña Tula, una maestra culinaria especializada en ofertar los mejores dulces.

Después, el periodista Florentino Durán nos ubicada en el palco preferencial para disfrutar el expectáculo taurino.

Años después, las responsabilidades empresariales del amigo Ayuso y mi atención personalizada al programa de pasantía “Periodista por un año” descontinuaron las visitas.

Pero nunca aparté de mi memoria a aquellos toreros seibanos que lograban mantenerse en pie a duras penas, debido a los bajos salarios percibidos y a la tentación de buscar mejor fortuna ejerciendo otros oficios o emigrando a regiones mucho más prósperas. Tampoco fue olvidado el interés de la presidenta de la Hermandad de los Fervorosos de la Sántisima Cruz, doña Magaly Tabar de presidir los combates y soñar con traer al país toreros internacionales para rendir tributo a la tradición dominicana heredada de la colonia.

En 2007, comenté su deseo al director del Centro Cultural de España en Santo Domingo, Javier Aiguabella, quien desconocía que en el siglo XXI todavía existiera y se promoviera la tauromaquia en una región de la República Dominicana. En una de sus vacaciones, contactó con la famosa academia de toros de Sevilla para que mirara hacia el país. Puso en agenda el envío al Seibo de varios alumnos aventajados, cubriéndole los gastos. Esos alumnos impartirían demostraciones a los toreros dominicanos y, de ser posible, llevarían a alguno a perfeccionar su impronta en los ruedos peninsulares.

Juntos planificamos un viaje al Seibo para informar a doña Magaly Tabar, quien también se mostró jubilosa por tan importante noticia.

El viaje de ida fue de ensueño. Llegamos antes del mediodía al domicilio de la señora, quien nos esperó muy bien vestida junto al historiador de El Seibo y las personas que integraban el Comité Ejecutivo. Unos deliciosos pasteles, croquetas y jugos de frutas naturales nos dieron a entender que el encuentro no se prolongaría con la prontitud imaginada.

Cerca de las dos de la tarde, y despues de escuchar la historia de la Fiestas Patronales y la tradición de las corridas de toros seibanas, escuchamos el ruido de varios vehículos al detenerse frente a la casa.

El entonces síndico de la provincia con sus asesores, equipos de prensa, cámaras de televisión, luces, arquitectos y agrimensores entraron en el domicilio, tomaron asientos y nos agradecieron haber viajado hasta el Seibo para coordinar lo referente a las futuras presentaciones en el ruedo.

Se encendieron las luces y las cámaras comenzaron a grabar para trasmitir esa noche, aquel encuentro. Pero las autoridades seibanas querían otra cosa. Nos presentaron a los televidentes como empresarios españoles interesados en construir una Plaza Multiusos en El Seibo para efecuar conciertos, bailables y espectáculos diversos durante todo el año, después de concluida la semana dedicada a la tauromaquia. El síndico nos mostró una maqueta diseñada por un ingeniero local de lo que sería la futura plaza y que Aguaibella y un servidor “nos encargaríamos de levantar para el bien de la comunidad”.

Mi amigo no contradijo al síndico. Por el contrario, aplaudió su interés y prometió estudiar la propuesta. El Síndico, de pie, se despidió con su equipo de colaboradores. Jamás volví. Ni le comenté a Aiguabella sobre ese tema para evitar su malestar. Y él tampoco lo hizo conmigo. Solo recordé la frase puesta en voz del comediante cubano Idalberto Delgado a través del programa “Alegrías de Sobremesa”, escrito por Alberto Luberta: “Qué gente, caballero, pero qué gente”.

Debido a su olfato de gestor, mi amigo Aiguabella no escarmentaba ante esos tropiezos y por ello recibió otras dos sorpresas. La primera cuando me pidió entrevistarse con Pedro Ayuso, gerente del Grupo Santillana en Santo Domingo (respresentante entonces del sello Alfaguara) para publicar bajo su firma un libro de fotos históricas del país y distribuirlo en la cadena comercial El Corte Inglés. Con diplomacia, Ayuso se negó. La segunda sucedió meses después. Su proyecto de documental sobre el Son (baile de origen cubano) fue bien acogido, en principio, por la gerencia del Palacio del Son, en las afueras de Santo Domingo. Aiguabella olvidó que para grabar una sesión fílmica, necesitaba sufragar el alquiler del centro además de repartir dietas a las parejas que allí actuarían. El Centro Cultural de España carecía de presupuesto para tamaña empresa, y el proyecto fílmico se limitó a una sesión de baile de una sola pareja en uno de los salones de la sede cultural ibérica, así como en un colmadón en la parte alta de la ciudad.

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