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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Rescatemos el rol de los actores del sistema educativo

A raíz del artículo que publiqué el pasado domingo sobre el bullying titulado “La necesaria cultura de paz en las escuelas”, un amigo me referió que su nietecito de cuatro años se resistía a asistir a la escuela por el acoso escolar de sus compañeritos de clases.

Otras personas me dieron testimonios también del impacto del bullying en sus hijos y de la escasa importancia que se otorga a la necesidad de garantizar la convivencia pacífica en los centros educativos.

Y aunque dicen que segundas partes nunca han sido buenas, vuelvo sobre el tema por las diversas reacciones que generó el artículo pasado, incluso de personas muy ajenas a la comunidad educativa y al impacto de los trastornos emocionales en la población, a cualquier nivel.

Eso me demuestra que se trata de un problema sensible que amerita una atención urgente de las autoridades, si realmente anhelamos tener una educación modelo para el mundo.

Las retroalimentaciones que recibí giraron en torno a tres actores del sistema educativo que otrora se desvivían por impulsar una educación ejemplar y un cuarto de reciente incidencia que lamentablemente no puede –bajo las condiciones actuales- asumir el rol que realmente le corresponde como responsable de manejar las emociones de profesores y discentes en los planteles.

Los directores, maestros, padres y psicólogos escolares son entes que si trabajan unidos y en la misma dirección podrían colocar la educación dominicana en un lugar envidiable en Latinoamérica.

En escuelas y colegios -aunque en los centros privados trascienda menos- se refleja lo que vemos a diario en la sociedad. En los recursos de internet que tan fácilmente ahora tienen a la mano, especialmente las redes sociales, niños y adolescentes observan que la violencia es la mejor manera de dirimir los conflictos.

La semana pasada vi algunos vídeos virales, uno de varias mujeres que protagonizaron un pleito mayúsculo a la salida de un juzgado de paz, otro de los ya tan comunes enfrentamientos entre civiles y autoridades encargadas de preservar el orden, y un tercero –quizás el más preocupante y parece que compartido por los propios padres- de una niña bailándole provocativamente a otro niño al ritmo de un dembow.

Pienso que todavía se registran pocos episodios de violencia en las escuelas y sus entornos, si observamos a lo que están expuestos niños, niñas y adolescentes en la web sin la debida supervisión de los padres.

Y precisamente, son esos padres que les sueltan celulares y tabletas electrónicas sin ningún control a sus hijos, los primeros que acuden envalentonados a escuelas y colegios a enfrentar a los docentes, cuando intentan someter a sus hijos a las reglas y medidas disciplinarias tan necesarias en los planteles.

Y bajo esas presiones de los padres hasta con advertencias de sometimientos, con educadores timoratos y directores de escuelas más preocupados por preservar sus puestos y, en el caso de los colegios, beneficios económicos, la disciplina en los centros educativos hace tiempo que pasó a ser un bello cuadro enmarcado que solo sirve como recuerdo.

Los maestros y maestras, que antes eran figuras veneradas por los estudiantes y con toda la autoridad de los padres para corregir a sus hijos, ahora han pasado a ser tan desvalorados, que ni siquiera las propias autoridades educativas los tratan con consideración.

El jueves pasado vimos como dispersaron con bombas lacrimógenas una protesta pacífica de docentes realizada frente al Ministerio de Educación, para reclamar nombramientos en base al concurso de oposición docente que aprobaron.

Entre los manifestantes reprimidos por agentes de la Policía estaban, además de docentes, psicólogos y orientadores que también ganaron ese concurso de oposición y cuyo nombramiento resulta tan necesario para controlar la violencia dentro y fuera de las escuelas.

Me consta por experiencia propia con un familiar y también porque me lo refirió el abuelo del niño que mencioné al principio de este artículo, el rol vital que desempeñan los psicólogos y orientadores escolares para dirimir conflictos en los centros educativos.

Inconcebible que se regateen puestos de trabajo a profesionales de esa área, cuando la nómina de la cartera educativa está abultada con nombramientos innecesarios, incluidos de periodistas.

Hay que redimensionar y valorar el rol del psicólogo escolar, tan menospreciado por la comunidad educativa.

Lo agradecerán niños como Jeffry (el caso que motivó el artículo anterior) y el nietecito del amigo que encontraron en estos profesionales consuelo y apoyo en medio de sus angustias por las heridas del acoso escolar.

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