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Papas, generales jesuitas y los ritos chinos

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El 13 de septiembre de 1723, en un Breve de la Congregación para la Propagación de la Fe se calificaba a los jesuitas de “desobedientes” y a su superior general, Tamburini (1706 – 1730) de negligente. Inocencio XIII creyó la acusación y dispuso en 1723: la Compañía no debía recibir más novicios, ni enviar misioneros al Lejano Oriente. Tenía tres años para probar su obediencia.

Conocida la versión el P. General, sobre los hechos, el Papa dio marcha atrás. Cincuenta años antes de que Clemente XIV suprimiera la Compañía en 1773, ya el Papa Inocencio XIII la amenazaba poniéndole un cuchillo en la garganta. Asediado por informes tendenciosos sobre la labor misional de los jesuitas, Benedicto XIV los acusaría así: son “hombres desobedientes y taimados”. Cierro con un epitafio escrito en 1774, por los jesuitas de China, encontrado en una pared (Peking,1835) por un obispo misionero francés: “En el nombre de Jesús, Amen. Firme durante largo tiempo, pero vencida por tan grandes tormentas, al fin sucumbió. Viajero, detente y lee. Reflexiona durante unos momentos sobre la inconstancia de las cosas humanas. Aquí yacen los misioneros franceses de la muy conocida Compañía que enseño y extendió en toda su puridad la adoración al verdadero Dios; y que, imitando penas y fatigas, y en cuanto la debilidad humana lo permite, a Jesús cuyo nombre lleva, vivió virtuosamente, ayudó a sus prójimos y, haciéndose toda a todos para ganar a todos, durante más de dos florecientes centurias dio a la Iglesia mártires y confesores. Yo, José María Amiot y otros misioneros de la misma Compañía bajo el patronazgo y protección del monarca tártaro-chino y con el apoyo de las artes y las ciencias que practicamos, llevamos adelante la causa divina. Mientras en el mismo palacio imperial, en medio de altares de falsos dioses, nuestra iglesia brilla con verdadera magnificencia, nosotros, afligidos en silencio hasta el último día de nuestra vida, hemos erigido aquí, en medio de la arboleda fúnebre, este monumento de nuestro fraternal afecto. Anda, viajero, continúa tu camino. Felicita a los muertos; llora a los vivos; ora por todos. Admírate y calla.

En el año de Cristo 1774, el día de octubre, en el vigésimo año de Ch´ien Lung, el décimo día de la novena luna.” (Bangert, 1982: 498).

Las acusaciones contra las Reducciones jesuitas del Paraguay fueron más graves.

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