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Ante el desastre

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Ruddy L. GonzálezSanto Domingo

Aunque hace 56 años -en 1966-, cada vez que nos llega un huracán recuerdo como si fuera hoy el paso del ciclón Inés por suelo dominicano. Tenía entonces apenas 16 años cuando fuí con un grupo de voluntarios, encabezados por el doctor Moretta, hasta la zona de Pedernales a prestar ayuda. Me tocó vivir como reportero en las calles, luego, y como ejecutivo de periódico, años después, en la logística de cobertura, las catástrofes que produjeron los huracanes David –con su tormenta Federico incluida-, en 1979, y George, en 1998. El escenario siempre es el mismo. Son fuerzas de la naturaleza que no podemos controlar. Las consecuencias, sin embargo, son distintas porque si tenemos las posibilidades de tomar las medidas necesarias, desde las informaciones a tiempo y precisas de parte de los organismos profesionales, hasta las activaciones de mecanismos de rescate, de ayuda, lo que ha salvado muchas vidas y mitigado los daños. En el caso del huracán Fiona la situación no ha sido distinta.

La población fue mantenida informada, de acuerdo a los modelos y pronósticos que emitían los organismos especializados, incluyendo el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, con sede en La Florida. Ante los efectos del evento, las autoridades han respondido rápidamente pero tienen que ser todo lo confiables y creíbles, sin aspavientos sobre la realidad en la evaluación de daños y la magnitud del desastre. Esto revertiría las críticas morbosas, poltiqueras. Porque en vez de desbarrar contra los que hacen el trabajo que demandan las circunstancias, esos francotiradores deberían salir a ayudar a los que hoy sufren.

Y punto.

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