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Tiro de gracia

Crónica de un boulevard abandonado

Hallazgo: Pasada la media noche arribamos al boulevar. No observamos mendigos, ni parejas en poses indebidas, ni harapientos dormidos. En cambio, sí descubrimos olores a orina, heces fecales acumuladas, alimentos descompusestos, lozas destruidas y mucho abandono.

Repito. Preferencias no es un lugar común en mi vocabulario. Siempre he admirado a los estudiantes de la UASD por causas muy subjetivas. Pero no puedo negar la entrega, disciplina, dedicación y deseos de aprender de todos cuando llegan al Listín como pasantes. Aquí se tratan por igual.

Se aprende de ellos más que ellos de nosotros. Saben escuchar, observan, se arriesgan, escriben y reescriben.

Soy hijo de la diversidad y la rareza. A pesar de mis preferencias por los pasantes de la UASD, me hallé frente a una agradable sorpresa al elegir a cuatro estudiantes de periodismo del recinto Santo Domingo de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra para integrar el tercer grupo de pasantes (2008) del programa “Periodista por un Año”.

Arismalia Pérez, Rosé Paulino, Leonela Medina y Yanela Zapata rompieron el mito de exclusividad de mi casa de estudios preferida y se integraron al Listín como buenas cazadoras de noticias junto a sus colegas de la UASD, la Universidad Católica de Santo Domingo (UCSD) y de Santiago de los Caballeros.

Arismala era original y divertida. Sincera hasta la médula, no le temía a nadie. Me sorprendía con sus ocurrencias. Entre ella y otra pasante, Mayra Pérez, se intercambiaban frases y saludos poco convencionales y se lanzaban indirectas muy jocosas de disfrute colectivo. Era celosa con su horario de clases y tenía las suficientes agallas para decirle a sus editores, cuando le asignaban un servicio cercano al horario de salida: “Lo siento, pero voy a clases”.

Leonela, de su parte, se caracterizaba por su discreción. Reservada, observadora y autora de escritos que rozaban lo perfecto.

Rosé trabajó en Ventana y, como editor, disfruté de su excelencia periodística. La recuerdo cal lada, labor iosa, siempre dispuesta y sin temor a involucrarse en historias difíciles.

De su parte, Yanela no se quedaba atrás. En la Universidad llegó a ser la preferida de sus profesores y en el periódico reinaba su seriedad, buena redacción y docilidad. Sus trabajos de investigación sobresalían.

Como coordinador del grupo, seguía de cerca sus pasos. Un día la elegí para poner en blanco y negro los contrastes del boulevard de la avenida 27 de Febrero que, con sus esfuerzos, intentaban preservar Yaqui Nuñez del Risco y Maribel Contreras.

Le compartí informaciones sobre la presencia de extraños personajes en horas de la madrugada, adoptando conductas indebidas; los bancos citadinos devenían en camastros de cemento donde muchos pernoctaban, sus jardines flotaban al desgaire, las lozas del pavimento eran lanzadas a las calles como trofeos de concursos; muchos se refugiaban allí para el consumo de estupefacientes; los animales realengos de variadas especies abrían sus fauces en busca de vendavales olvidados, mientras que los menores de edad abandonados (y no tan menores) se removían en remanzos para sus necesidades fisiológicas. Para describir aquellos episodios e iniciar una investigación periodística sobre la transformación de la supuesta estancia de paseo en cenáculo de mala muerte, Yanela y y quien esto escribe acordamos recorrer como incógnitos aquel paraje en horario de madrugada, apoyandos por confesiones y entrevistas a quienes mereodeaban su contorno después de la media noche.

Fui a buscarla a su casa. Ella, sus padres y su novio salieron a recibirme. Antes de marcharnos, me informó que su novio la acompañaría. La miré fijo y como si fuera algo más que su padre le informé: “Lo siento, Yanela, pero hoy no irás con nadie más. Tu novio soy yo”. Porté un rostro inmutable que ella descubrió de inmediato. Al principio, no entendió ni su novio tampoco. Poco después mi reclamo prevaleció y su novió aceptó no acompañarla. Pasada la media noche arribamos al boulevar junto al fotoreportero Luis Manuel Ferreras. No observamo mendigos, ni parejas en poses indebidas, ni harapientos dormidos. En cambio, descubrimos olores a orina, heces fecales acumuladas y alimentos descompusestos. La pestilencia nos impedía respirar. Aquel Boluvard abandonado merecía mejor suerte. Recogimos testimonios de choferes de taxis, merolicos, guachimanes y transeúntes testigos de prácticas sociales indebidas en el entorno.

Durante varios días, en horas de la mañana, Yanela recorrió el sitio en diversos horarios. Entrevistó a funcionarios del patronato, autoridades del cabildo y a quienes se atrevían a cruzar por él. Reunió toda aquella investigación y publicó un reportaje que provocó varios estados de opinión. Algunos lectores llamaron al Listín en favor o en contra. Pero a fin de cuentas, el escrito de Yanela provocó lo que todo periodista ansía con sus publicaciones: llamar la atención, lanzar un alerta.

Aquella madrugada, la excelente periodista que hoy es Yanela Zapata, entendió la importancia de andar sin familiares ni ser es queridos a su lado, frente cuando los riesgos pueden surgir cuando se cumple con el deber.

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