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Tiro de gracia

Miguelito, el travieso

Mi matrimonio con Corea del Sur traspasa las fronteras del cine. Mi colaboración permanente con la sede diplomática ha sido por más de once años, También he dedicado un lustro de mi vida a apoyar a la Agencia de Cooperación Intercional de Corea, Koica. Me motivó a ello su disciplina y organización. La sede principal, con sede en Seúl, enviaba una cantidad determinada de jóvenes a colaborar en varios proyectos de salud, higiene y proteccióm ambiental en diversos países del Tercer Mundo. Y la República Dominicana fue también agraciada por esa Agencia.

La primera coordinadora de Koica que conocí en Santo Domingo fue la señorita Margarita Kim. Muy inteligente, emprendedora y dedicada en cuerpo y alma al trabajo de la Agencia. No solo ubicaba voluntarios coreanos en las zonas más necesitadas, sino vivía pendiente de ellos.

La acompañé en muchos de sus viajes. Proyectamos filmes y valoramos el impacto presencial sobre el terrero. Su vida privada era Koica. Y aprendí a respetar aquella entrega.

Al marchar se Margar ita, no sólo se llevó mi amistad, sino dejó en su cargo en manos de otras encargadas la Agencia, dos jóvenes con quienes también tuve el honor de colaborar.

En mis viajes provinciales con la Agencia Koica, incluía a un Periodista Por Un Año interesado en conocer el trabajo de los coreanos más de cerca.

En dos de esos viajes me acompañó Juan Eduardo Thomas, integrante de la promoción del programa 2011 y hoy Jefe de Redacción Digital de Listín Diario.

En el segundo viaje con Thomas nos intrincamos en una comunidad de Bani donde las jóvenes de Koica enseñaban normas de la higiene personal, alimentación y cuidado ambiental.

Sin embargo, el primer viaje, fue menos protocolar: Muchas horas en la cama de un camión, subiendo lomas y caminos montañosos Hasta llegar a la Sierra de la provincia Santiago Rodríguez, junto a varias cooperantes encargadas de impartir charlas sobre salud a las damas de aquel inhóspito paraje.

El encuentro nos llevó a la parroquia comunitaria: “El cura salió a otros compromisos, pero nos autorizó a usar el templo para la conferencia. Nos rogó que no lo esperáramos”. Las palabras de la joven cooperante Primavera sonoran como silvos en el viento de aquel campo por donde un día solo pasaron las promesas de funcionarios del gobierno como una vaguada que deja la tierra peor que como se encontraba.

En pocos minutos la parroquia se llenó, y no precisamente de feligreses. Allí concurrieron féminas, adolescentes embarazadas, madres muy jóvenes, niños llorosos y damas vistiendo su virginidad ultrajada.

Las conferenciantes expusieron la importancia de cuidar los órganos sexuales y la salud reproductora; cómo no dedicar las noches montañosas al fragil movimiento de dos cuerpos sobre un camastro.

Se repartieron medicinas, preservativos y anticonceptivos con el sello de prestigiosas firmas médicas internacionales.

Al final, y como demostración práctica, las conferenciantes sacaron un pene y una vagina de goma y sin mucha ceremoniosidad presentaron al órgano reproductor masculino: “Este es Miguelito y hoy vamos a enseñar como debe vestirse para protegerlas a ustedes de enfermedades venéreas”. La joven comenzó a enroscar un preservativo por aquella goma y poner otra si era necesario, o tal vez, acudir a la mano para evitar una penetración riesgosa. Luego, mostró la vagina de goma y la puso frente al dichoso Miguelito como carnada tentadora que este debía cuidar con celo y devoción. Thomas y yo nos miramos en silencio y ahora no recuerdo cuál de los dos dijo entre susurros: “Vámonos de aquí que si el Cardenal o los Obispos se enteran de esto, clausuran el templo y nos llevan presos”.

Al terminar la charla, una joven cooperante nos invitó a una comida típica preparada por la comunidad. Los breves elogios por la degustación solo respondieron a un acto de buena educación. Queríamos marcharnos. Con saludos sinceros retornamos a la cama del camión que nos trajo de vuelta a la ciudad. Sin embargo, en mi memoria solo resonaban las palabras de la joven cooperante enseñando a las muchachas cómo controlar a aquel juguete que rechazaba cualquier consejo que fuera directo a controlar su único divertimento en aquel paraje donde la diversión solo consistía tomar cervezas en el colmado y después, en casa, demostrar que cada Miguelito necesitaba descargar toda su energía en busca de ampliar la población campestre.

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