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Diez días bajo tierra

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Federico A. Jovine RijoSanto Domingo

La otra historia de la humanidad es la historia de la minería; sin ella, ni siquiera habríamos llegado a la Edad de Piedra. Si bien es cierto que la actividad minera nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia y de que en el país existen comunidades en donde la misma es fuente tradicional de empleo y desarrollo, no dejó de ser una sorpresa colectiva la noticia de que el pasado 31 de julio, dos mineros de la empresa CORMIDOM habían quedado atrapados bajo tierra, tras la ocurrencia de un derrumbe en la mina de Cerro Maimón. Hasta ese momento, la realización de minería industrial subterránea en el país era un hecho poco conocido fuera de los ámbitos institucionales y especializados, y el hecho de que dos personas estuvieran atrapadas bajo tierra retrotrajo al inconsciente colectivo a sus temores ancestrales, conectándolo con precedentes más recientes de tragedias similares acaecidas en otros países.

La respuesta, sin embargo, fue ejemplar, a todos los niveles. Desde el primer momento, la empresa CORMIDOM puso a disposición de familiares, autoridades y público en general, toda la información disponible de manera abierta y permanente, estableciéndose un protocolo de actuación supervisada por la Dirección General de Minería que tuviera como prioridad el rescate bajo condiciones de seguridad de los dos mineros atrapados; las empresas y técnicos del sector, sumaron esfuerzos, recursos y voluntades al complejo operativo de rescate; el rol del Estado fue determinante, tanto para suministrar equipos especializados, movilizar recursos humanos, como para supervisar de manera constante las labores; el presidente Abinader, con responsabilidad asumió el desafío aun a costa del riesgo político que hubiera significado un desenlace diferente, involucrándose personalmente en el operativo.

El percance conlleva reflexiones inmediatas y futuras: una vez más la solidaridad, la capacidad de trabajo en equipo y la inventiva del dominicano pasa la prueba. El éxito no hubiera sido posible sin el concurso de los equipos de rescates, empresas del sector, el gobierno canadiense, y de toda una ciudadanía que con esperanza y fe oraba por un final feliz. Toca ahora, con calma, evaluar; la minería conlleva riesgos, pero los protocolos para prevenirlos y mitigarlos están ahí, y dieron sus frutos; toca también mirar hacia adelante, con optimismo, nuevas oportunidades de explotaciones mineras subterráneas implicarán nuevos desafíos.

Mis respetos a Gregory Méndez y Carlos Yépes, por su valentía, determinación y coraje, porque durante diez días sepultados nunca perdieron la templanza y la fe, y volvieron desde el fondo de la tierra a nuestro encuentro, con la más hermosa de todas las sonrisas. Ellos son los héroes.

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