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MIRANDO POR EL RETROVISOR

¿La vida vale tan poco?

Cuando hace tres meses una mujer dominicana mató a un ciudadano chino en una ferretería donde era su empleada, alguien me argumentó que la dama actuó correctamente, porque había un historial de maltratos por parte del ciudadano asiático.

Le razoné que una salida mucho más sabia hubiese sido renunciar al empleo, porque ahora comoquiera lo perdió, y peor, se ha convertido en una prófuga de la justicia por un crimen que carga sobre su conciencia.

Un psiquiatra me dijo en una ocasión que los dos grandes temores del ser humano son morir y caer en la locura. Y es natural que el principal sea el miedo a morir, porque aún sin facultades mentales, con toda la carga de estigma y discriminación que entraña la triste realidad de “perder el juicio”, la vida es el bien más preciado de cualquier ser humano.

Cuando nuestro cuerpo comienza a enviar señales de que algo físicamente anda mal, la reacción inmediata es procurar ayuda para recuperar la salud o detectar a tiempo cualquier condición que tienda a deteriorarla.

Muchos adoptan medidas para llevar una vida saludable y garantizar la longevidad, como comer sano, hacer ejercicios, dormir bien, evitar el estrés y dedicar tiempo para el ocio, así como evitar el tabaco, el alcohol y otras drogas.

Cuando una persona fallece –sin importar que sea un familiar cercano- a la mayoría le embarga un sentimiento de tristeza que puede incluso llevar a olvidar los rencores. De ahí la tan usada frase de que “no hay muerto malo”. Nos conmueve también cuando alguien recurre al suicidio abrumado por los estresores de la vida.

Tan preciada es la vida que quienes profesan diversas religiones lo hacen convencidos de que hay otra existencia después de la muerte terrenal, una que será eterna sin los sufrimientos y avatares de la que llevamos actualmente.

No se entiende por qué si la vida es tan preciada y la cuidamos con tanto celo, hay entonces seres humanos que matan por incidentes tan insignificantes, buscándole siempre un bajadero a la decisión de quitarle a alguien lo que usted no le dio.

Matan en la disputa por un parqueo o el roce de dos vehículos en las vías públicas. Un hombre asesina a su ex pareja tan solo porque se niega a una reconciliación amorosa. Personas a quienes sus madres les concedieron el privilegio de vivir, ahora son rabiosos defensores del aborto, no solo por las llamadas tres causales, sino sin limitaciones.

Asaltantes y ladrones no se conforman con despojar a sus víctimas de bienes. Se sienten más saciados cuando también las torturan y matan. Son los mismos delincuentes que luego piden ser encerrados en lugares seguros por temor a que otros reos, indignados por los crímenes atroces que sometieron, decidan tomar la justicia en sus manos y aplicarles en represalia la pena de muerte.

Muy preocupante que en nuestra sociedad ya comiencen a verse con tanta frecuencia los llamados crímenes de odio, que se dan cuando una persona mata a otra motivada solo por su raza, etnia, color de piel, discapacidad, nacionalidad, apariencia física, religión, orientación sexual y filiación política.

Muchos de esos crímenes de odio se incuban en el hogar porque los padres con algunas expresiones y comportamientos frente a sus hijos los incuban, a veces inconscientemente, pero también en los centros educativos tienen su génesis con el bullying o acoso escolar que los educadores minimizan.

Todavía estamos a tiempo de que estos temas formen parte del debate en los hogares y en las aulas dominicanas. Inculcarles a nuestros niños, niñas y adolescentes la imperiosa necesidad de que valoren tanto la vida propia como la ajena.

Las escenas de intolerancia y la consecuente violencia son cada día más virales en vídeos que se comparten por redes sociales, de ahí que no debemos permanecer indiferentes ante una preocupante realidad a la vista de todos o de un clic.

Ya no basta con expresar nuestra indignación por esas mismas vías, hay que pasar a la acción.

El Estado, con el apoyo de la sociedad, tiene el compromiso de diseñar políticas públicas que promuevan entre la población la convivencia pacífica, la tolerancia y el respeto por la vida.

La vida no puede valer tan poco para que dispongamos de ella sin chistar.

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