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Tiro de gracia

El periodista “no es un fingidor”

He sido un periodista útil. A mi manera. Me las he arreglado para ayudar cuando las puertas se cierran. O cuando se mira por encima del hombro a quien escribe. He sido útil cuando intento separar la oscuridad de la puesta del sol. Si lo he logrado o no, ya me juzgarán. Pero nadie podrá negar mi voluntad caprichosa, mi testarudez y mi vocación de nadar en aguas revueltas. Mi camino no está excento de pifias. A cada rato se me va la mano. En vez de periodista a veces creo ser un descubridor de sobresaltos. Me gusta estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Y buscarle la quinta pata al gato.

Desde que vi el filme “Rashomon” de Akira Kurosawa, me convencí de que la verdad absoluta no existe. Cada quien expone la suya y el periodista las recoge todas, sin pelos ni señales, para que el lector haga la suya propia. Ahora a eso le llaman ser “mediático” o “populista”. Molestamos al poder.

Creo en el oficio igual que en la invalidez de los cuervos cuando pozan sobre un espantájáros en busca de carroña: esa misma que nos obliga a hacer lo que nos dictan cerebro y corazón. Expongo esta razón para no embaucar a nadie. El culpable es culpable por mucho que pague a un abogado complaciente.

Cuando me preguntan del ejercicio periodístico en Cuba, refiero a un soñador iluso, incapaz de publicar lo que veía ante mis ojos.

Por los años ochenta del pasado siglo me involucré en la renovación de una revista literaria decimonónica. En ella publiqué entrevistas a raros personajes llenos de argumentos locos, impulsivos, ditirámbicos. Dos años después la reuní en un libro titulado “Gente que usted conoce”, escrito en colaboración: Nunca vio la luz. Debe haber terminado en un oscuro zafacón después de mi partida. De ese libro solo conservo la reflexión reconstruida a un entonces joven actor, una especie de monólogo interior sobre su vida, obra, gustos, referencias y contradicciones profesionales. A sus respuestas a mi cuestionario solo apliqué la voluntad de estilo y puntualicé sus reflexiones, sin preguntas ni respuestas. En otra ocasión, simule una conversación entre dos familiares acerca de un personaje entrevista pero alejado en el escrito muy a propósito. En fin, traté de ser distinto.

En Cuba también vestí otras facetas. Escribi loas a libros oficialistas, y también critiqué a autores que sí valían la pena. Esos escritos aparecían en revistas o recopilaciones librezcas. Hoy, algunos por allá, con buena o mala intención, me acusan de coincidir con pensamientos “exóticos” para entender la importancia estética de una obra de arte. Y lejos de sonrojarme, me alegra que me recuerden porque un periodista se desdobla. Se mueve entre periodismo y literatura con un discurso que puede caber en las pàginas de un diario.

Mi generación tuvo acceso a lo bueno y a lo malo. En mi caso, creo que enfrenté sentimientos oscuros. Eso me permitió llegar a la República Dominicana lleno de sueños y metas. Todavía insisto en narrar e integrar la ficción al periodismo. No ha sido un festín. El hecho de cruzar por donde no debo siempre trae riesgos no convencionales. Pero la estoicidad del periodista sabe mantener aferrado a la palabra a quien la persigue y la ama.

Quienes me conocen saben que no me gusta hablar de mi porque, como Pessoa, digo que “el poeta es un fingidor”. Y esta crónica es un pretexto para dar vigencia la frase citada que, con el tiempo, se ha hecho demasiado tormentosa.

Por suerte, cada año surguen miles de periodistas, Muchos carecen de espacios para sus historias. Otros tienen que emigrar a la internet, al audiovisual, a la radio o a la televisión para pensar en alta voz. Otros ccambian de profesión porque le temen al poder. Pero son los menos. Los periodistas de hoy serán mejores que nosotros porque saben que el papel no oferta el rostro de la noticia;Se mueve como una serpiente que termina acorralada y muerde a la primera persona que le pasa por delante.

Siempre el papel será papel. Al igual que la verdad será a medias. Nadie puede darse golpes en el pecho mientras canta su dudosa bondad. Lo importante es mirar el rostro del vecino desde el sitio en que mejor se esté. Y, con virtudes y defectos, cumplir ser nosotros mismos, alejados del poder.

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