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La tecnofobia

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Miguel Reyes SánchezSanto Domingo

En la historia de la humanidad, siempre que han surgido nuevas tecnologías se elevan voces disidentes que las confrontan, por miedo a la incertidumbre que provocan.

En el siglo XIX, por ejemplo, nos encontramos con el movimiento ludita que propiciaba la destrucción de las máquinas, teniendo como fundamento la teoría del paro tecnológico, mediante la cual se establecía que la introducción de la maquinaria buscaba siempre sustituir a los obreros.

Cuenta la historia, cómo el capitán Ludd destruyó dos telares en 1779 para defender el derecho de los trabajadores a no ser desplazados de sus lugares de trabajo, por la inserción de maquinarias en el ciclo de producción de una industria, lo cual constituyó la primera manifestación conocida contra el desarrollo industrial.

En 1854, el norteamericano antidesarrollista Henry David Thoreau en su obra “Walden” aboga por la vida en los bosques, lejos de la sociedad. Mientras, el inglés William Morris, entre 1880 al 1890, recorre Gran Bretaña dando conferencias sobre la defensa de la naturaleza controvertida al uso de maquinarias.

Un siglo después, en los 1950, la Escuela de Frankfurt, con Herbert Marcuse y Jürgen Habermas critican la industrialización desde la izquierda y denuncian la sociedad de consumo, sustentando las protestas estudiantiles y sindicales en mayo de 1968, la mayor revuelta estudiantil y la mayor huelga general de la historia de Francia.

Mientras, en 1954, Jacques Ellul en su libro “La Technique ou l’enjeu du siècle” desarrolla la tesis de que las técnicas se han automatizado y conectado entre ellas, reemplazando, poco a poco, al medio natural, lo fagocita desde el interior como si fuera un cáncer que invade todo el organismo, afirmando que “es vano palabrear contra el capitalismo: no es él quien dibuja nuestro mundo, es la máquina”.

Por la misma época, en su obra “La Obsolescencia del hombre”, Günther Anders trata de demostrar que la técnica es una ideología que influye en todas las otras. Precisa: “No se evalúa una ideología según las respuestas que aporta sino a las preguntas que ignora”. Pero, en 1988, Jacques Ellul declara “que la partida está perdida. Exaltado por la potencia informática, el sistema tecnicista ha escapado definitivamente a la voluntad direccional del hombre”.

En los años 90, el escritor Jeremy Rifkin publicó un libro titulado “El fin del trabajo”, en el cual acude a la tesis de los luditas al observar que el desempleo prolifera en todo el mundo como consecuencia de que “las máquinas crean paro”. En este texto, relata historias de cómo esos “monstruos mecánicos” -las maquinarias-, al ser tan eficientes, pero tan desalmados suplantan a millones de trabajadores.

Recientemente, la compañía inglesa DeepMind ha creado un sistema multimodal “precursor de la inteligencia artificial general” denominado Gato.

Gato, con total independencia, es capaz de realizar 604 tareas diferentes, entre ellas, reconocer imágenes, controlar un brazo robótico, jugar Atari o chatear. No tiene que ser reprogramado para pasar de una tarea a otra. Aprende a realizar tareas diversas al mismo tiempo.

Ante cada novedad tecnológica, el ser humano reacciona con temor, a veces no tan infundado, porque efectivamente han logrado alojarse en nuestra existencia haciéndonos entes dependientes de ella y perdiendo toda privacidad. Imagínese hoy la vida sin la computadora, los móviles, el internet, las redes sociales y toda la parafernalia de la apabullante tecnología.

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