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El autoritarismo

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Miguel Reyes SánchezSanto Domingo

Hace unos días comparecí como invitado a la premiere del documental “Trujillo después de Trujillo”, pero lo que más me impactó fue el simbolismo que conllevaba esa actividad. La desmitificación del autoritarismo desde la más alta magistratura del Estado.

El asunto era cuestionar cómo 61 años después de la desaparición de una dictadura, aún subsisten prácticas odiosas y reñidas con el ejercicio de la libertad, fastuosidades indignantes y escalas de irrupción en las vidas personales y otras tantas maneras de perpetuar al tirano.

El tiranicidio fue un momento trascendental en la historia dominicana, pues permitió que muchos nacionales pudieran afrontar el miedo que les paralizaba y retornar a una supuesta vida normal, pero quedando severamente afectados con las premisas aprendidas por las embestidas y ergástulas del poder.

En este aspecto, el Presidente de la República, Luis Abinader, ha realizado tres acciones importantes para contribuir a educar en contra del autoritarismo: 1. Entregar de los archivos clasificados del Palacio Nacional al Archivo General de la Nación, para que todos los dominicanos tuvieran acceso a esos documentos; 2. Ordenar a todos los funcionarios civiles y militares retirar su fotografía y colocar las de sus familias, para empezar a desterrar el culto personalista y el narcisismo político; y 3. Solicitar a todos los funcionarios de órganos del Estado eliminar el uso de los vocativos con grados académicos, en especial suprimir “licenciado” de todas las misivas y comunicaciones dirigidas a él.

En su intervención, el Presidente señalaba que “hay que educar, hay que eliminar esa cultura del autoritarismo, de caudillismo y de que yo soy el único que puede. Los gobernantes no deben pensarse que son insustituibles”.

Para aquilatar el daño que esta práctica ha ocasionado a nuestra personalidad, entonces acudo a los libros del Dr. Antonio Zaglul, quien señala tres características del dominicano, cincelando los rasgos distintivos de nuestro ser: la prevalencia de rasgos paranoides, la baja autoestima que nos hace despreciar lo nuestro y las características depresivas.

Decía el Dr. Zaglul que “La paranoia de Nicolás de Ovando, de Osorio, Santana, Lilís y la de Trujillo, en un lapso de cuatro siglos, han creado un tipo de persona que bajo protesta inconsciente vive en una dividida isla, que tiene estructurada su personalidad ancestral a través de atropellos, humillaciones, delaciones y muertes; que lucha por malvivir en un medio que le es hostil o que se cree así y hace que desconfíe de todo y de todos”.

El Dr. Zaglul de manera magistral establece la teoría del “gancho”: esa actitud de desconfianza ancestral de los dominicanos. “El dominicano desconfía hasta de su sombra”, producto de una identidad castrada, caracterizada por la frustración y la constante agresión del poderoso.

Nuestra historia habla sola, por aquí ha pasado de todo. El cúmulo de los martirios sufridos por un pueblo, más la desdicha de cruentas dictaduras. Como expresara el famoso galeno: “Desde Osorio con las devastaciones de la costa Norte hasta Bobadilla, que hizo preso a Colón, más que por razones verdaderas, por su paranoia, hasta Trujillo, el gran desconfiado que hizo germinar más la desconfianza en sus gobernados que en sí mismo”.

Es cierto que aún persisten derivaciones en la vida dominicana de prácticas que se entronizaron en el trujillato, pero nos queda a cada uno de nosotros hacer un ejercicio en contra de cualquier asomo de autoritarismo.

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