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PENSANDO

Cristo y la ingratitud

Hay que aprender a vivir con los ingratos que solo responden a las circunstancias que les son favorables. En la aplicación de su dogma, Cristo señaló la importancia de saber identificar a los que practican la palabra con hechos apegados a principios que forman parte de su accionar, como forma de profesar lo que verdaderamente practican. Nuestra sociedad se nutre del oportunismo, renegando la posibilidad de ser coherentes en la aplicación de los conceptos, que solo se anidan en el ser humano con la virtud de la gratitud. Cristo dividió los hombres y mujeres en dos grupos: uno constituido por los que estaban incrédulos para conocer los hechos exigiendo señales y demostraciones, pero no para seguir sus preceptos espirituales y cambiar sus vidas como meta y misión final de Jesús; los segundos, no necesitaban demostraciones de su poder, encontrando en la fe por sus vidas mejoradas toda la recompensa que buscaban. Los pecados del mundo no le entristecían tanto como la indiferencia e insinceridad de aquellos que eran verdaderamente dignos de convertirse en sus discípulos. Sin duda el mensaje era muy claro en Cristo, que para redimirnos debemos reconocer con solidaridad Su sacrificio, limpiando el camino de la falsía de los que pagan con ingratitud. Los hechos muestran más que las palabras porque el corazón del ingrato es como la arena del desierto, que se traga con avidez las flores que caen y las entierra en su pecho y no producen nada, solo la indignidad de la ingratitud.

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