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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Ignacio de Loyola hubiera querido ser judío

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Dos anécdo­tas sobre Ig­nacio de Lo­yola retratan su simpatía por los judíos. Ambas fueron referidas por Pedro de Riba­deneira: “Un día que está­bamos comiendo delante de muchos, a cierto propósito, hablando de sí, dixo que tu­viera por gracia especial de Nuestro Señor venir de linaje de judíos; y añadió la causa, diciendo: ¡Cómo! ¡Poder ser el hombre pariente de Cris­to Nuestro Señor, secundum carnem, y de Nuestra Señora la gloriosa Virgen María! Las cuales palabras dixo con tal semblante y con tanto senti­miento, que se le saltaron las lágrimas, y fue cosa que se notó mucho”. En otra oca­sión, conversando con el viz­caíno Pedro de Zárate, caba­llero de Jerusalén, amigo de la Compañía y cercano al Pa­dre Ignacio, al escuchar que Ignacio apreciaba el venir de linaje de judíos, “… san­tiguándose él (Zárate) y di­ciendo ¿judío? y escupiendo a este nombre, nuestro Pa­dre le dijo: -- Ahora, Señor Pedro de Zárate, estemos a razón: Óigame Vuestra Mer­ced. Y que le dio tantas ra­zones para esto, verdadera­mente le persuadió a desear ser de linaje de judíos” (Ri­cardo García - Villoslada, S.J,1986: 601).

Entre los amigos cerca­nos de Ignacio encontramos a: Diego Laínez, su sucesor; Salmerón, Bobadilla, Polan­co, su fiel secretario; Nadal, el hombre que promulgó las Constituciones de la Com­pañía en Europa y Pedro de Ribadeneira, entre otros, ¡to­dos era conocidos descen­dientes de judíos! En el caso de Polanco, provenía de un rabino.

Ignacio cayó en la cuen­ta de vida “desastrada” de los judíos conversos al cris­tianismo: despreciados por su pueblo de origen y recha­zados como sospechosos por los cristianos. Ignacio y los primeros jesuitas acogieron en su casa a varios catecú­menos judíos que pedían ser bautizados. Luego consiguió dos bulas del papa Paulo III a favor de los judíos. La prime­ra, Cupientes iudaeos del 21 marzo, 1542, derogaba esta cruel costumbre: los judíos perdían sus bienes muebles de inmuebles al hacerse cris­tianos. Recibido el bautismo, gozarían de plenos derechos como ciudadanos. Tampoco perderían su herencia, inclu­so si su conversión era con­traria a la voluntad de sus progenitores. La segunda, Illius qui pro dominici, 19 de febrero, 1543 establecía dos hospederías, una para hom­bres y otra para mujeres, a beneficio de los judíos con­versos.

Ahora tenemos que expli­car, por qué de 1593 a 1946 la Compañía de Jesús recha­zaba los candidatos prove­nientes del judaísmo.

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