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COLABORACIÓN

Nuestra mayor riqueza

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Federico A. Jovine RijoSanto Domingo

Seguro que un buen diagnóstico psi­quiátrico expon­dría con claridad las razones de nues­tro fetichismo insular… ese que nos deleita con la idea de ser tierra de primicias, promi­nencias, récords; nos gusta au­to alabarnos, pero siempre en plan comparativo y denosta­tivo con los demás países de la región: que si aeropuertos, infraestructuras viales, hote­leras, telecomunicaciones y un inmenso etc. Vistos los he­chos, ahora que las bisagras del tiempo giran, que nada es seguro y que los sistemas de partidos políticos tradicionales de casi todo el continente han fracasado al momento de arti­cular propuestas y respuestas a las necesidades estructura­les históricas de la ciudadanía, acumuladas durante décadas de desidia y corrupción diri­gencial; ahora que en muchos países las vías tradicionales han sido agotadas, superadas y desechadas, ahora es que bien valdría hacer el perfor­mance comparativo y sacar conclusiones.

Desde hace décadas se ve­nía advirtiendo ese desgas­te, fundamentado en torno al egoísmo y ceguera de los cau­dillos de turno de los principa­les partidos de la región, que apostaron más a su perma­nencia individual en la vigen­cia política, que a las alternan­cias y al relevo desde adentro. Las consecuencias están ahí, visibles tanto en Brasil, Chi­le, Perú, Salvador, y ahora, en el réquiem del Statu quo, Co­lombia, sola ante el abismo, sufriendo en carne propia el dilema del suicida, porque gane quien gane perderán… aunque quien verdaderamen­te perdió fue el sistema de par­tidos, que se agotó, devaluó y deslegitimó en el camino.

Con un 12.9% de su po­blación entre 15 y 24 años y un 60.63% que no supera los 34 (2021) nuestra clase polí­tica pretende ignorar que en el país existe una masa críti­ca lo suficientemente volátil, maleable y manipulable co­mo para decidir en mayoría cualquier alternativa, sin mu­cho pensarlo… o sin pensar­lo siquiera. Pese a su precaria institucionalidad, nuestra so­ciedad ha demostrado en las peores circunstancias poder resolver y superar cualquier diferendo o crisis, dialogando. El mecanismo de movilidad social aún funciona y no es ex­cluyente, y pese a las falencias en servicios básicos, vulnera­ción de derechos, etc., los in­dicadores de calidad de vida han crecido de manera ininte­rrumpida y sostenida en las úl­timas tres décadas.

El desafío es que los polí­ticos entiendan que en estos tiempos, nada es para siem­pre, y la mayor derrota no se­ría perder unas elecciones, si­no perder la fe en los políticos. Existe un consenso que va des­de los poderes fácticos hasta el simple ciudadano, de que aún estamos a tiempo de conjurar a cualquier encantador de ser­pientes o vendedor de sueños, de que estamos a tiempo de pre­servar nuestra mayor riqueza: nuestra democracia.

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