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FIGURAS DE ESTE MUNDO

La intercesión de Mónica

Solo el alma descarriada de un hijo es testigo de la dramática intercesión de una madre piadosa a favor de su salvación. Tal fue la experiencia del singular teólogo san Agustín antes de su conversión. “Mi madre pidió a un obispo -narra en sus ‘Confesiones’- que con amabilidad discutiera algunas cosas conmigo, que refutara mis errores, que me enseñara de nuevo lo que era bueno y lo que era malo...”.

El obispo se negó a la rogativa de Mónica. Dijo que el joven no estaba maduro para la enseñanza. Pero su ella no quedó satisfecha; y le pidió con súplicas y lágrimas que conversara con él. El cura, impaciente, le dijo: “No se preocupe; tenga usted la seguridad mientras viva de que es imposible que se pierda el hijo de esas lágrimas”.

Hoy sabemos quién llegó a ser Agustín. En verdad, su madre pudo repetir con gozo: “Jehová ha oído la voz de mi lloro. Jehová ha oído mi ruego; ha recibido Jehová mi oración”. Salmo 6:8-9.

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