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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Pablo IV y los jesuitas

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

En 1536, el futuro Paulo IV chocó con Ignacio, al criticarle la falta de apostolado de los teatinos. En cambio, valoraba mucho las opiniones teológicas del jesuita Diego Laínez.

Paulo IV nunca ayudó a la Compañía de Jesús al sustento del Colegio Germánico, un centro creado en 1552 por el cardenal Morone e Ignacio para la formación de sacerdotes diocesanos alemanes. El deficitario centro casi cerró.

Estando en guerra contra Felipe II de España, sospechó de los jesuitas españoles de Roma. Creía que almacenaban armas para un levantamiento. Allá mandó al gobernador de Roma, quien lleno de temor encontró a Ignacio de Loyola en la puerta. A la oferta de que bastaría la palabra de Ignacio, éste exigió un registro de arriba abajo para establecer la falsedad de la acusación.

Muerto Ignacio de Loyola, aceptó la propuesta disparatada de su amigo, el jesuita Nicolás Bobadilla: no permita que se reúna la Congregación General; reúnanos a los primeros compañeros vivos. Bobadilla calificaba a Ignacio de tirano. El papa pidió los documentos fundacionales de la Compañía, los dio a estudiar a los cardenales Rodolfo Pío di Carpi, protector de la Compañía de Jesús y a Michele Ghisleri, O. P. (futuro San Pío V) quienes aconsejaron respetar la voluntad de los jesuitas de reunirse en Congregación General.

Con las paces entre Paulo IV y Felipe II, en 1558, por fin pudo reunirse la 1ª Congregación General de los jesuitas que eligió a Diego Laínez como superior general. Paulo IV les impuso dos cambios fundamentales a las Constituciones: que el General no fuese vitalicio, sino por tres años y que los jesuitas tuviesen que rezar el oficio divino juntos, en coro. Los jesuitas se declararon dispuestos a obedecer, pero le representaron al papa sus dificultades a las cuales respondió el papa tildándolos de rebeldes cercanos a los luteranos; a Ignacio lo calificó de “ídolo” de los jesuitas. Laínez logró calmarlo. Pero el 8 de septiembre 1558 mandó que el cargo de general fuera temporal y que los jesuitas rezaran el coro. Muerto Paulo IV, cesaron los dos mandatos. No eran oficiales. Paulo IV encomendó a Laínez y otros jesuitas misiones cruciales, algunas condenadas al fracaso antes de comenzarlas. Paulo IV moribundo llamó a Laínez y otros junto a su lecho. Allá escucharon su triste evaluación de su pontificado.

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