Tiro de Gracia
Viajar y vivir en un hotel
“El hotel me recuerda que soy pasajero de la vida y que sólo hay una manera de retener el instante: escribir, a esta hora de la noche, el texto imperfecto que imperfectamente reflejará la felicidad de un instante, el dolor intenso de otro. Porque la vida tiene el perfume de los naranjos de Sevilla o de los tilos de Berlín, y también, el fuerte olor a cloaca de Nápoles o la belleza podrida de Venecia. Los hoteles, como los barcos, son la imagen de nuestro tránsito, hoy estuve, mañana ya no estaré”.
El párrafo anterior no es mío. Pertenece a la escritora uruguaya Cristina Rossi, ganadora en 2021 del Premio Cervantes de Literatura. Ella lo escribió como parte de una crónica publicada originalmente en El Periódico, Barcelona, 4 de junio de 1989, y la he tomado prestada de su libro “El pulso del mundo”. Artículos periodísticos 1978-2002, Ediciones Trilce, Uruguay, 2003. Ese libro me permitió el reenuentro con su crónica “Hotel” un ejemplo de lucidez intelectual, belleza literaria y metáfora sublime.
Lo que sí es de mi cosecha es un párrafo incluido en una de mis crónicas de la serie “El dedo en el gatillo”, publicada el pasado año en las páginas de este diario: “Amigas y amigos no son eternos. Aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer cuando uno menos lo imagina. Viajan en un tren y se bajan en la parada elegida por ellos mismos, no en la nuestra. Pero mientras, permanecen como sabios copilotos; nos acompañan y acomodan. Amigas y amigos del ayer viven en la magia del tiempo. Los de hoy también un día bajarán del tren porque no pueden llevar sobre sus hombros el presagio de la eternidad”.
Si he recordado estos devaneos es para advertir sobre la salud del periodismo, en tiempos donde la mente humana ha sido preparada para hacer suyos diversos flujos de conciencia, amparados en la inmediatez, y no en raíces humanistas.
En apariencia, estas reflexiones sobre la vida y la amistad parecen traídas por los pelos. Sin embargo, buscan adaptarse al periodismo de hoy. Tal vez un simil como la fugacidad pueda enlazar las rememoraciones de una ilustre escritora y las de un aprendiz a literato: ambos intentamos rescatar la esencia del caminante que abre trochas en montes intrincados.
El corazón no es solo la fuerza que nos mueve, sino también el pedazo de historia que sobrevive a nuestra mezquindad. Mientras se agite, hay esperanzas. Pero el corazón no es todo. Deja de latir también cuando el cáncer lo trasmuta, cuando los problemas hepáticos comienzan a roerle las entrañas. ¿Y los arrebatos y locuras, y los huesos fuera de su sitio? El periodismo es también eso. Las noticias “fuertes” necesitan también del modelaje, crucigramas, ilustraciones, críticas de cine, conciertos, sinsabores y también de pelotas voladoras.
El desaparecido sinsabor de lo sublime se asemeja al cuerpo donde se arma y se rompe la unidad del corazón.
El periodismo no es un barco a la deriva ni un cataclismo intuitivo. Necesita aluviones de vergüenza, cabezas al desgaire y aves migratorias.
El periodismo es algo parecido a los hoteles, a los barcos y a los trenes porque huele a vida. Cada generación impone su visión y su lenguaje, pero no serán eternos. Cada tiempo trae devasus reglas, disfraces y esmeraldas y los debemos recibirlos tal y como llegan, ya bien en la cubierta de un barco o en el asiento de un tren que lleva a cada quien a su destino.
Ayer todo fue esplendor, con final feliz. Soñar con ese ayer cierra porvenires y palmares. Para bien o para mal, hoy sube a bordo del crucero otro pasajero que rentó una habitación o compró un boleto de ida. Ese pasajero tiene su discurso y sus propias reglas. Pero el día de mañana también será olvidado.
V ivimos dentro de una pantalla de cine. Los espectadores nos miran como bichos raros. Como esponjas incapaces de salir del mar. Pero cuando abandonamos el crucero, nos vemos obligados a respirar en el cuarto de un hotel. Por eso, muchas veces quedamos atrapados en el sueño que pudo ser, y no en el que es. El silbato del tren siempre queda a quemarropa.