EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD
Otra vez la tragedia de la guerra y la moneda de los engendros
Con apenas dieciocho años recibí de un compañero de estudios teatrales y en préstamo un libro que describía el horror de las guerras: “La hora 25” (1949), de Constantin Virgil Cheorghiu: escritor rumano (1916 – †París, 1992) arrestado al final de la Segunda Guerra Mundial y mantenido dos años en prisión por los estadounidenses, por sus vínculos con el fascismo.
Su calidad de forofo hitleriano se reveló en 1952 al descubrirse algo que los documentos impiden cubrir con el olvido: pese a haber descrito tan humanamente los abusos, sufrimientos y manipulación política que los poderosos de las guerras causan a los inocentes, pasando como sensible pacifista entre las izquierdas europeas y del mundo, Cheorghiu participó del sentimiento antisemita promovido por los nazis. Así lo estableció en su libro “Las orillas del Dniéster están ardiendo” —escrita ocho años antes que la “Hora 25”, en 1941—: una acusación a los “judíos maliciosos”; apología de las tropas hitlerianas.
En 1986, en sus “Memorias”, Cheorghui escribió: “Me avergüenzo de mi mismo. Me avergüenzo porque soy rumano, como los criminales de la Guardia de Hierro”. El sentido de culpa y necesidad de redención estaban profundamente arraigados en ese hombre, hijo de un sacerdote ortodoxo. En 1963 honraría su historia y formación familiares al ordenarse sacerdote ortodoxo, cuya Cruz del Patriarcado rumano recibió en 1966 por sus actividades litúrgicas y literarias, paradójicamente el mismo año que desaparecía la República Popular de Rumanía para dar paso a la también desaparecida República Socialista de Rumanía. Legó más de 26 títulos.
Entonces todavía se podía esperar algo en las personas de lo que Fiódor Dostoyevsky (Rusia, 1821-1881) narró en su célebre novela “Crimen y castigo” (1866).
Esperarlo ahora, ¿es posible?
Una intensa batería de múltiples narrativas recorre la multimedia tras las personas, vendiendo la heroicidad de las acciones que cada actor que decidió participar en este absurdo se atribuye.
Una cara de sus monedas clama Seguridad; la otra muestra que la masacre es consubstancial a toda guerra, un leviatán afanado por territorios, Poder, negocios y dinero. Hasta la ONU pidió US$1,700 millones.
Si Cheorghiu pedía perdón, avergonzado de sus actos anteriores, ¿hoy alguien mostrará pudor?
Más de 150 muertos a la fecha son una tragedia, contrasentido y monstruosidad frente a las misiones de los Estados: garantizar vidas y seguridad a sus ciudadanos. Lo focalizan los sistemas de salud al punto que diez muertes por cualquier padecimiento en una semana dispara la alerta de los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos, desencadenando una amplia y avituallada repuesta en saberes, terapias, medicamentos y políticas.
Hay un cinismo mayúsculo en esta catástrofe: la subida de precio del petroleó, >US$110, y de las cotizaciones bursátiles: SPX, +0.61%; DJI, +0.77%; FTSE, +1.08. El N225 japonés, que en enero 2022 decreció -11.268%, ha recuperado +8.07% desde el 24 de febrero. Un formidable negocio. Y, a todas luces, vergüenza de humanidad.
Entretanto sufre y muere gente, hay otros riendo. Peor: acaparando poder, llenando sus bolsillos con esa su moneda suya: la muerte.
Los promotores de guerras, ¿seres humanos son o engendros?