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OTEANDO

Antídoto y veneno

Ella coleccionaba caprichos para repartir dolores. La existencia de él oscilaba entre verano y otoño, entre la nostalgia del primero y la inercia al segundo. La vida es un viaje sin regreso que solo permite estaciones. Unas son remanso, otras abismo tártaro. Por eso el cerebro debe adaptarse a realizar la recurrente resiliencia que reclaman los tropiezos.

Se conocieron en un bar del centro de París. Más bien lo que se produjo en ese encuentro fue el descubrimiento de una y de otro, porque ya se conocían. Ese día lo que ocurrió fue el desvelizamiento de sus respectivas personalidades, la revelación de sus más bajos instintos, la manifestación de la escondida predisposición a lo que todos reprobarán. El flechazo vino envuelto en la pícara mirada que ella le prodigó, en un momento en que parecieron juntarse el deseo inconsciente y el obstinado destino.

Él no podía ocultar el nerviosismo que le produjo aquella epifanía insospechada, pues, si bien ella no le era indiferente, nunca imaginó que lo deseaba. Fue como si se le aparecieran al mismo tiempo el placer y el dolor, el premio y el castigo, la vida y la muerte. Porque nada más cierto que aquello de que, la mayoría de los humanos presiente cuando algo irá mal, solo que, siempre, lo que la conciencia rechaza es lo que el cuerpo desea. Y no importa el grado del desastre que prevemos, siempre valdrá la pena –o al menos eso creemos cuando se agitan las pasiones– aquello que de seguro nos conducirá al infierno.

Y fue así como, desdeñando todo aviso de la conciencia, se inició su enredo; como ella lo utilizó cual objeto del deseo, lo redujo y cosificó conforme le exprimía la existencia para, luego de recargar su ego, de complacer su corazón avieso y su mente taimada, lanzarlo al zafacón del olvido al comienzo de una noche de invierno donde le manifestó su decisión de hacer un alto, de poner un punto que, en principio, él aspiró a que trajera envuelta una coma, pretensión que ella se encargó de diluir afirmándole de inmediato que el punto era final, que no había coma.

Sin embargo, valieron la pena el enredo y la traviesa aventura hacia el dolor, pues es cosa sabida que este es el correlato del placer, la contrapartida del éxtasis, algo así como invertido suministro de, primero el antídoto, luego el veneno.

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