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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

El politcoin: el objetivo es burbujear las demandas políticas

El tiempo en que vivimos esta madurez y pre vejez es fasci­nante y, tam­bién, pavoroso y alecciona­dor.

Algunos o muchos de mi generación lo pueden estar percibiendo como declive y erosión; como momen­to cuando el paisaje y el te­rreno de lo público y social truecan, progresivamente, en ámbitos cada vez más salvajes y fieros. Y los ac­tos y las personas, en más descarnados e insensibles; más hambrientos de cosas y poder; en más instintivos y primarios. Y el ser, en más ruin.

Es que la postmoderni­dad, ese entorno cultural intensamente configura­do por la Política, la tecno­logía y la inteligencia artifi­cial (IA), en el cual ocurrió y continúa profundizando una “descentralización” de las comunicaciones que en realidad es hipérbole del poder comunicacional de grandes emporios cifrados en navegadores y boots; donde el discurso y debate políticos priorizan garanti­zar el derecho de minorías ante su incapacidad y ca­rencia de compromiso pa­ra garantizar a plenitud los constitucionalizados a fa­vor de las mayorías; donde el utilitarismo descarnado del Poder político perdió to­do reparo para presentarse tal cual es: promotor exclu­sivo de intereses creados, de grupos económicos, re­parto a favor de personas y funciones sociales cercanas a gobiernos; donde el inte­rés colectivo fue cedaceado desde el interés de las falli­das promesas de desarrollo e igualdad.

Asistimos al gran des­monte de lo humano, co­mo territorio de destino y encuentro, común. El re­sultado: niveles alarman­tes en los índices de corrup­ción. Como si aquel blandir de espadas nucleares con el cual los años sesenta del siglo XX ovaron no hubie­se sido un acto corrupto que colocó a todos ante la perplejidad: ser o desinte­gración. Como si el recla­mo de libertades íntegras no hubiese sido satisfecho mediante la concesión de amplísimos permisos co­rroídos, gracias a los cuales lo individual puede ser, le­gítimamente, amasijo y en­vase de podredumbre con derecho absoluto a mode­lar las juventudes…

El resultado está ahí: desmonte de las esperan­zas y de la integridad. Ro­bar, matar, delinquir, coger lo que se pueda se definió como Poder.

Enfrente estuvieron los descendientes, observan­do; tragando eso desde la televisión, noticieros, dia­rios y ahora, adosados a ellos cuasi orgánicamen­te, desde sus teléfonos in­teligentes. Esos equipos han suplido los nutrientes de sus personalidades. Les forman consciencias ple­nas de que bajo el oropel de pulcritud pretendida de los poderes puede subyacer la más terrible corrosión. Así perdieron validez los pre­ceptos y sistemas fundacio­nales de la escuela. En su lugar, redoblaron su vigen­cia y relevancia el “empiris­mo” cotidiano “comproba­do” desde esos medios y sus “heroicidades”.

Hoy vulgaridad, irrespe­to, sarcasmo, desinterés, abulia, crueldad, hedonis­mo, agresividad, exhibicio­nismo y depresión se apo­sentan en ciudadanos y líderes; ondean sobre go­biernos y gobernados, sin edad. Es el saldo fascinan­te. El poder lo ha logrado. Sin embargo, ¿ese nivel de deshumanización podría gestar otras cosas? ¿Incluso fabulosas: desobediencias civiles; agazapados vigilan­tes; claridad de que en po­cos años no terminarán li­berados los corruptos ni la anomia?

Fascina, pues, lo que los aquelarres pueden arras­trar. Especialmente cuan­do la política decide saltarse sus propias legi­timidades para negociar hasta con criptomonedas y bitcoins.

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