Puntos de vista
martes, 18 de enero de 2022
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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO
El milagro de convertir la hiel en miel
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“Si me viera en la obligación de hacer una ensalada con mis hijos, Francisco, sería el vinagre”. Con esta metáfora se expresó la madre, Francisca de Boisy, de un distinguido, prolífico y ejemplar santo de la Iglesia católica, Francisco de Sales. Ella describió el carácter agrio, vivaz e inquieto de su rubio y rosado hijo mayor que se divertía jugando por todos los rincones del Castillo de los Sales, en la Saboya del 1567.
Seguramente muchas madres y padres de hoy podrían sentirse identificados con esta amable, trabajadora y piadosa mujer de la nobleza. El Castillo de los Sales contaba con el encantador perfume de una madre cristiana, capaz de convertirse en catequista y narradora de bellas historias religiosas para sus hijos.
Su padre, el señor Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Pero no fue así. El ejemplo de su madre, la enseñanza de los jesuitas en el colegio de Clermont, del acompañamiento del sacerdote Déage y el trabajo personal de Francisco, lograron un cambio radical de su carácter, llegando a convertirse en un ser humano bondadoso, paciente y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los más colosales adversarios; ahora bien, esta bondad de carácter no nació con él, sino que fue una conquista de años, que poco a poco obtuvo gracias a la ayuda de muchas personas que le acompañaron en su crecimiento humano y espiritual, pero sobre todo de Dios. Hoy se le reconoce como el santo de la amabilidad, de la mansedumbre, de la dulzura, de la ternura y de la alegría.
La alegría de San Francisco de Sales se sitúa más allá: de los éxitos, de que las cosas nos vayan bien, del ruido y del frenesí; de las cosas, de los consumos, de los pasatiempos; de nuestra sensibilidad y afectividad. Su verdadero sentido no es otro que el de la alegría cristiana. Es decir, la alegría pascual. Además, él se constituyó en un hombre de unidad en una época en que las divisiones constituían una herida en el costado de la Iglesia. Un exquisito escritor, un apasionado de Dios y del hombre, el patrono de los comunicadores católicos.
Efectivamente, él logró comprender y gestionar su interior, así como bajar a lo más profundo de su ser y reencontrarse con lo que siempre fue: un ser lleno de potencialidades, talentos, pasiones y valores; con la capacidad de tener una existencia plena, viviendo el instante presente desde la paz y desde el bienestar. La vida es un viaje al autoconocimiento; una peregrinación al interno del propio ser, que se ha de recorrer sin prisa y disfrutando del paisaje de nuestro interior; una aventura que conduce a reconectar con nuestra verdadera esencia y con la plenitud emocional y espiritual.
Sus libros, Introducción a la vida devota y Tratado del amor de Dios, constituyen una verdadera propuesta revolucionaria para su época. Dos fuentes de las que bebieron muchos cristianos alcanzando óptimos resultados.