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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Un clarividente vale millones de ciegos

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El Tratado de Versalles (1919) humilló Alemania. Ella asumió la responsabilidad de la Primea Guerra Mundial. Perdió 13% de su territorio europeo, unos 6 millones de sus ciudadanos y se comprometió a pagar compensaciones de guerra, que John Maynard Keynes (1883 – 1946) consideró irrealistas y de consecuencias nefastas.

No sorprende que, en 1932, tres años luego de la caída de la Bolsa de valores y con más de 6 millones de parados, casi el 40 % del electorado alemán apoyase a los Nazis, quienes en 1924 solo fueron apoyados por el 3% de los votantes.

Lo que asombra es que ingleses y franceses creyesen hasta finales del 1938 que con Hitler se podía negociar.

En octubre de 1933, Hitler retiró Alemania de la Liga de Naciones. En agosto de 1934, los nazis eran el único partido. En 1934, los nazis, en un intento fallido de unificación con Austria, asesinaron al canciller austríaco. En septiembre de 1935 las Leyes de Núremberg discriminaban descaradamente contra los judíos. En 1936, Hitler remilitarizó la Renania. En marzo de 1938, los nazis invadieron Austria donde fueron recibidos de manera entusiasta, hasta por el cardenal austríaco, a quien Pío XII llamó a Roma para regañarlo personalmente.

No eran los líderes de Inglaterra y Francia los que dirigían sus angustiadas poblaciones, sino la memoria aterradora de la Primera Guerra Mundial. Inglaterra enterró a 900,000 de sus ciudadanos.

Padeció 3 millones de bajas. Los muertos franceses fueron más de 1,350,000 y las bajas superaron los 6 millones.

En ese ambiente, cuando a lo largo del 1938 Hitler reclamaba como posesión alemana, los Sudetes checos donde residían 3 millones de alemanes, los líderes de Gran Bretaña, Francia, Italia y Hitler llegaron a un acuerdo el 30 de septiembre, 1938 en Münich. Checoslovaquia, que no fue invitada, tenía que ceder los Sudetes. Hitler aseguraba que ahí terminaban sus reclamaciones.

Al bajarse del avión en Londres, el primer ministro, Arthur Neville Chamberlain, blandiendo la hoja del acuerdo, aseguró a una multitud delirante: traigo a mi país “la paz en nuestra época”. Un parlamentario conservador cuyos avisos se ignoraban y desde marzo el Evening Standard no le publicaba sus artículos, resumió así el acuerdo: “nos dieron a escoger entre la vergüenza o la guerra. Escogimos la vergüenza y tendremos la guerra.” Se llamaba Winston Churchill.

mmaza@belenjesuit.org.

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